miércoles, 6 de octubre de 2021

María Leonza





Manuel Rodríguez Cárdenas

Noviembre, 1951


El escultor Alejandro Colina ha dado ya el toque final a un monumento que habrá de colocarse en las vecindades del Stadium Olímpico. La estatua representa a María Leonza, la extraordinaria figura femenina que protagoniza al más hermoso de los mitos venezolanos. María Leonza desnuda, cabalga sobre una danta, la misma "danta herrada" en que la imaginan las gentes de corazón sencillo. Tiene las manos alzadas a los vientos, firme las pantorrillas sobre los ijares de la bestia, glorioso el poderoso seno. En lo alto, una ánfora con forma de cadera de mujer, vaso de creación, contendrá el fuego olímpico.


Alejandro Colina ha construido toda una teoría sobre la estructura de este monumento. La narra con emoción a quienes quieren oírsela. Para él María Leonza, alzada así, sobre el animal que simboliza la fuerza, es la inteligencia pura, la destreza y la agilidad a un mismo tiempo. No es la primera vez que la extraña mujer imaginaria se convierte en símbolo entre las manos de sus apasionados: símbolo artístico, mágico, religioso, racial o filosófico. Alrededor suyo han nacido hechos tan varios como la magnífica. pintura en que la representa Pedro Centeno Vallenilla; la descripción del mito, felizmente lograda por Francisco Tamayo; la interpretación pormenorizada y minuciosa de su contenido realizada por Gilberto Antolínez; la extraña y misteriosa secta "Atlante" fundada por Jesús Mercedes Guédez, que hasta lenguaje peculiar posee. (1)


Pero ¿Qué cosa es, en realidad, María Leonza? La pregunta resulta difícil de contestar. Sobre todo para quienes hemos nacido en la región donde el mito se formó y que por eso mismo, nos sentimos paisanos suyos. En nuestros recuerdos, por desinteresa dos que tratemos die ser. María Leonza aparece mezclada con multitud de elementos apasionantes y hasta contradictorios. 


(1) Cabría agregar ahora entre otras creaciones artísticas alrededor de María Leonza: la poética de José Parra, la dramática de Ida Gramcko, la coreográfica de Yolanda Murci, etc.


Desde muy niños nos acostumbramos a verla surgir por dondequiera: mezclada a la vida, colocada en la base de las explicaciones. En las noches infantiles, alumbradas con los rojizos faroles del pueblo, a la luz de los fogones de leña, escuchábamos a los viejos las patéticas narraciones: María Leonza aparecía sentada en su palacio de "El Encanto", recostada en su sillón de mapanares, del lado derecho un león "coronado", del otro el "pájaro campanero" que suelta las horas, sin dejarse ver, en los copitos de los árboles, como si fuesen ruedas de naranjas... Cuando éramos más crecidos, los negros de Carbonero y de Mayurupí nos contaban a espaldas de nuestras madres la manera como salía María Leonza del fondo de los pozos: la cabellera despeinada, el agua rodándole por los pechos. Luego, en la mocedad, los cazadores con sus tercerolas de dos cañones y sus perros cachicameros que ladraban como guaruras, por los aledaños, las fajas bordadas en hilo crochet, un cacho de pólvora, el "macuto" de cuero de "cui-cui". Paraban en las pulperías, repletos de historias, y comenzaban a contar: habían ojeado un ciervo; le habían apuntado al codillo; habían seguido el rastro cerro arriba y cerro abajo. De pronto, en un recodo, cuando ya el animal se tambaleaba, un silbido. El venado, contaban, volvió el rostro, los ojos brillantes y como llamaradas la caramera de siete puntas. María Leonza había pasado en una exhalación, la cabellera suelta, los brazos llenos de cocuyos que alumbraban como cascadas de diamantes. Era "el ciervo de piedra".


Esa multitud de versiones, que en el fondo no son sino variantes de la misma trama, integran el enorme mito. Acaso sea el más antiguo del país: de todos modos es el más completo. En él pusieron su imaginación los habitantes precolombinos, los negros, los españoles, los venezolanos de la República; en él la siguen poniendo todos los productos y subproductos de este hervidero nuestro. Por eso es el mito orgánico nacional; el super mito, si quieren, para usar una palabra del gusto contemporáneo: la síntesis de la patria, porque la comprende toda: en la evolución de los tiempos, en la mezcla de las razas, en las candelas del cuerpo y de la imaginación.


Su punto de partida es Sorte, región pintoresca, al Sureste de Chivacoa, en el Estado Yaracuy. Allí todo es propicio para la invención: menudean los bosquecillos; corren las aguas rumorosa mente, a saltos, por entre peñas; altas piedras se enlazan a poderosos árboles; grita el viento. El viajero se encuentra en aquel ambiente con las llaves de la soledad y del silencio entre las manos. Canta un pájaro, muy triste y muy lejano, contesta otro. Y ambas músicas, llevadas por la brisa, allá, arriba, encima de las copas de los árboles, golpean las rocas y regresan, cóncavas como misterios, al oído asombrado que antes las escuchó de otra manera.


La rica fauna que antaño habitaba esas regiones, contribuyó con sus ruidos a enriquecer el mito: los araguatos hipaban como ancianos por entre los bejucos; cuchicheaba la perdiz en las arenas del playón; lanzaba su alarido caliente la chicharra. El pueblo recogía: el pueblo indio, el pueblo negro, el pueblo de todos los colores. E inventaba. Así nació María Leonza, cuya imagen tornadiza cambia en la imaginación lo mismo que las figuras sobre los pozos.


Por encima de todo, el mito posee una fuerte señal femenina; es eminentemente sexual. En algunas regiones, por ejemplo, llaman a María Leonza "la Señora". El término parece rescatarla de lo erótico, pero no es sino un eufemismo para disfrazar profundas apetencias. Quiere decir que María Leonza no es virgen, que tiene poder y se entrega cuando quiere, a precio que esclaviza para siempre el alma. "Señora" era la mujer blanca, la deseada, caprichosa e imposible, en labios del negro, hace ya mucho. tiempo.


La sexualidad, explica la fuerza del mito, su persistencia, su pasión, su poesía. Explica también la estructura que ha tomado con el tiempo, las jerarquías de personajes que comprende. Y justifica la intervención estética. Ya se ve como la hermosa figura central ha sido tomada de manos del pueblo por el arte. Y se comprende fácilmente que en el porvenir María Leonza pasará al gran poema, a la creación sinfónica, al ballet para el cual se presta admirablemente por la euritmia y nebulosidad de las figuras.


Pocas veces el pueblo ha puesto tanto cuidado, como en María Leonza, al elaborar un personaje. María Leonza está hecha con pasión de enamorados: tiene la color morena, el rostro redondo y luminoso, los ojos azules, o verdes como las aguas. En las horas estivales, corre por entre las venas de agua que atraviesan la tierra y se asoma en los pozos, seguida de voluptuosas mujeres con alas de mariposas. Por la tarde, se sienta en "El Encanto", el pie des nudo, llena de brazaletes, rodeada de animales que la adulan, le colman los oídos de melodías, lamen sus primorosas manos. En el anochecer, sube a su danta, herrada en el anca con extraños signos cabalísticos sacados de los petroglifos y cabalga en carrera abierta por el mundo.


Su poder es inmenso: poder erótico, femenino, caprichoso. Nadie sabe de dónde le viene, aun cuando algunos llegan a entroncar diversas doctrinas religiosas para explicarlo. Muy variados son los tributos que le rinden sus clientes, depositándoselos debajo de las piedras, sumergiéndolos en el agua, atándolos a los árboles. Casi siempre son objetos de uso femenino, de los que más aprecian los hombres o las mujeres en el campo: papeletas de polvos de arroz, espejitos y peines, refajos con cintas de colores y tiras bordadas, cigarrillos y mediecitos... Naturalmente, velas, incienso y papeles amorosamente escritos.


El tiempo, la luz eléctrica y las modernas instalaciones industriales que ahora avanzan, precisamente por el solar de María Leonza en forma de potentes ingenios azucareros, han ido mordiendo la superficie del mito. Claro está que no lo destruirán. Lo característico de esta quimera es su perdurabilidad y su inagotable capacidad de absorción. Siendo, como es, de base erótica, la permanencia de lo sexual la salva siempre. No se extinguirá, pues, la tradición, pero cambiará, dejará de ser campesina y rústica. tal vez perderá sus elementos vegetales y zoológicos. (1) El hombre del futuro, seguirá por los mundos imaginarios una María Leonza menos elemental. Pero de una cosa estoy seguro y es de que ella seguirá sonriendo, con sus ojos extraños y sus manos de seda, en el inagotable corazón del pueblo.


(1) Hoy el mito ha sufrido poderosas interferencias. Se le ha rodeado de menjurjes, éxtasis, brujerías, esencias, intereses, especulaciones. El hombre de la ciudad lo ha tomado de las manos ingenuas del campesino y lo ha empleado como centro de un ritual utilitario, feo, cursi, chabacano. Hay pues que distinguir entre el mito como está, lleno de poesía y las interpolaciones sucesivas con que muchos especulan ahora la ansiedad de los tontos. Ni siquiera Sorte es hoy el lugar de encanto descrito arriba. Latas de sardinas,  "aposentos", muñecos, fumadores de tabaco y droga, mujerzucias y hombrezactos dudosos emporcan ahora lo que fue en otro tiempo remanso candoroso del sueño.


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