martes, 13 de junio de 2017

Victoria, "la celadora del mito" de la Diosa María Lionza



Victoria Patricia es poeta y las letras que fluyen del alma poseen la misma hermosura de su género


LOS SIGNOS EN EL “IMAGINARIO TRANSMUTADO”

Las obras artísticas de Victoria Patricia Proaño levitan en el mundo mágico del fuego, las aguas claras, la fe, la naturaleza, la marimba y el ensueño, pero es tan sólo el comienzo de una nueva época para enlazarla al ciclo de investigaciones y crecimiento profesional.

Raúl Freytez

María de la Onza, María Lionza, Diosa del amor, Madre de los necesitados, Deidad de la naturaleza, Señora de los poetas, artistas y creativos. Musa del culto. Señora naturaleza.
De generación en generación el nombre de María Lionza se ha reflejado al vínculo del pueblo creyente por su magnificencia en la gracia de las Tres Potencias, o entre el humo espeso y maloliente de los tabacos en ceremonias que rinden culto a su nombre a orillas de los ríos Sorte y Quibayo, Allá es soberana, en la montaña encantada de Bruzual, en Yaracuy, adorada además por muchos devotos deseosos de ser tocados por el espíritu que encarna su manto real.

Bustos, imágenes, efigies y retratos reflejan una mujer de rasgos indígenas, de pelo lacio y negro como la noche más oscura, que nadie sabe con exactitud que así fuera, que nadie puede afirmar que así es, pero lo cierto es que muy dentro del alma del feligrés reposa el mito férvido acaudalado de veneración más allá de Yaracuy y Venezuela, rompiendo las barreras fronterizas de países y continentes. Es el mito que se agiganta con el paso de los años por encima de los sentidos, entre plegarias, toque de tambores y velaciones polícromas.

De ahí el modelo inmaterial transfigurado que colinda entre la realidad y lo onírico, reflejado en las obras de la artista plástica Victoria Patricia Proaño, en signos y senderos coloridos del “Imaginario Transmutado”, que expusiera en el Museo Carmelo Fernández de la ciudad de San Felipe, reflejando todo un arsenal de representaciones pictóricas que gravitan entre la materia, la luz, el color, movimiento y tiempo.




La artista registra su perfil hacia un destino artístico e imaginario


Origen al culto y veneración
La versión más antigua del mito de la Reina María Lionza se reflejó en la revista Guarura, hacia el año 1939, de la extensa obra del yaracuyano Gilberto Antolínez, en cuya transcripción cuenta en su primer párrafo que los indios Jirajara-Nívar, en una fiesta de fin de cosecha, recibieron de su gran Piache un doloroso presagio. Decía el mismo que “viniendo los tiempos nacería una doncella, hija de cacique, con los ojos de tan extraño color que, de mirarse en las aguas de la laguna, jamás podría distinguirse las pupilas. (…) Tan pronto como esta mujer de ojos de agua se viese espejada en alguna parte, por el doble hueco vacío de las niñas de la imagen, iría saliendo una serpiente monstruosa, genio de las aguas, la cual causaría la ruina perpetua y extinción de los Nívar. Grande fue la aflicción de aquella altiva tribu. Pero pasó el tiempo, y todos los caciques, cada vez que nacía una niña, pasaban temores sin cuento hasta que se les anunciaba que, como siempre, la recién nacida tenía los ojos negros”. Al parecer esta es la leyenda que da origen al culto y veneración de María Lionza en Venezuela.

Se la representa como una mujer de voluptuosas formas desnudas entre la frondosidad de la montaña, tal como revela la imagen ubicada en la autopista del Este en Caracas y en la entrada de la ciudad de Chivacoa, erguida todopoderosa en la escultura incomparable del escultor venezolano Alejandro Colina, que muestra a la Reina a lomo de su danta. María Lionza es un símbolo de la raza, la clara demostración que caracteriza el crudo mestizaje hispano, indígena y africano.



Sus obras también destacan la esencia figurativa del venado como un modo de mantener a raya el impulso asesino de los cazadores furtivos


Lo imaginario transmutado
Los amantes del arte pudieron observar que las obras de Victoria Proaño se aproximan al mundo de la fantasía y la figuración, limitantes entre el eje de la realidad y lo mítico, tal como ella misma lo confirma al trasladar la imagen principal de la Diosa fusionándola a otros lenguajes donde rápidamente esboza -con el pulso de su mano hermosa y pulcra- un camino colmado de colores, perspectivas, relatos, miedos, cultos, texturas, fotografías, telas y plásticos, lo cual logra, sin duda, al descubrir las tonalidades y líneas que revelan el lado oculto, el artístico reflejado en el mito, pues es “a partir de allí que empieza una exploración donde el rostro de la Reina María de la Onza se convierte en un collage con una variedad de materiales que reflejan la inquietud de encontrar una identidad que se transmuta con la comunicación”, y esa necesidad de comunicarse la anima a reencontrarse con su sempiterna curiosidad para seguir creando infinidad de experiencias artísticas a partir de una imagen o una idea, como una recopilación de “estímulos e intereses diversos, óptimo para la manifestación de las sutilezas que se acumulan en las hendiduras entre lo obvio de un cuerpo y otro”, avivando el perfil de la Diosa hasta convertirla en todo un astillero artístico de nunca acabar en incomparables dimensiones de matices y representaciones.

Las obras artísticas de Victoria Patricia Proaño levitan en el mundo mágico del fuego, las aguas claras, la fe, la naturaleza, la marimba y el ensueño, pero es tan sólo el comienzo de una nueva época, para enlazarla al nuevo ciclo de investigaciones y crecimiento profesional, luego de cristalizar esta primera exposición individual.

Una historia sin fin
De las manos de Victoria surgen obras de luz, sombras y texturas que se entrelazan en torno a la ilustración de la Diosa, generando contrastes atrayentes, bien en bustos policromáticos o collages que caracterizan su imagen en objetos artísticos fascinantes, inmersos en un orden estéticamente desordenado, plenos de significados únicos y personalizados de meritorio valor, donde el espectador siempre descubre algo nuevo e interesante. Pero sus obras también destacan la esencia figurativa de un animal silvestre, el venado, que libre deja sus huellas en los bosques y montañas de Yaracuy, quizás como un modo de mantener a raya el impulso asesino de los cazadores furtivos que aprecian al animal por el trofeo de sus cornamentas, piel y suculentas carnes.

Es así como la artista manifiesta su pasión por la naturaleza misma y deja aflorar su espíritu conservacionista que no sólo encauza la imagen de la Reina, si no más allá de la realidad fantástica en la liberación alucinante del mito y la fuga del ciervo montaraz.



Victoria, la celadora del mito, se acopla al claroscuro de la vida para otorgarle la magia del color


Es sabido que los indígenas sólo cazaban por estricta necesidad de subsistencia, y para el logro de sus propósitos antes ofrecían tributos a la madre naturaleza para que les deparase una buena pieza, en la creencia de que los animales tenían alma, muy en el fondo de sus ánimos irracionales.
La artista emprende la ruta hacia un punto inicial -el mito- que la enrumba a una historia que vuela de inmediato al reinvento de la historia sin fin declarando al venado como un espíritu de la montaña; la viva imagen de la libertad silvestre que sigue floreciendo en la Reina protectora de la montaña, hostigadora del cazador que acaba con la fauna silvestre y al lugareño que tala y quema los bosques. Por eso, cada vez que uno de sus protegidos es herido, la Reina madre vierte sus lágrimas que fluyen hasta su pecho para convertirse en las perlas del collar que ostenta, “y así lo revelo en mis obras”, afirma Victoria.


Elemento de identidad nacional
La formación artística de patricia tiene el sello de la poesía, el encanto de las letras y el ingenio manualista en matices y formas, al emprender su carrera -siendo adolescente- en el Centro Experimental de Talleres Artísticos CETA, bajo la tutela de sus “grandes maestros” Edgar Jiménez Peraza, Hugo Álvarez, Wilkar Ríos y Orlando Barreto, de quienes obtuvo la fuerza espiritual e ilustrativa para lanzarse al mundo del arte con la pasión que habría de llevarla al estudio e investigación de las técnicas, aunque en un mar de conflictos que a ratos la tornaron rebelde por defender el deseo de expresarse artísticamente según los dictados de su conciencia.

De ese tiempo aún recuerda el libro “Trato con duendes”, del poeta José Rafael Álvarez, cuya temática la introdujo al mundo fascinante de lo místico hacia la dimensión del mundo inmaterial. Quizás fue este su primer intento por integrarse a los mágicos espacios de la solemnidad del mito que encarna María Lionza, según afirma, “por la imperiosa necesidad de redescubrir su esencia espiritual, al tiempo de reivindicarla como elemento patrimonial y de identidad nacional haciendo respetar la realidad legendaria de su nombre. El camino es hacia la conservación de la tradición con el influjo del arte”, se dijo. Y lo cumplió.
Desde entonces sus investigaciones se han destacado por apuntalar la imagen que encarna el mito, con la influencia del color y el collage, superponiendo diversos elementos gráficos para crear una nuevo símbolo, y así infinitamente, con una alta dosis de imaginación, haciéndose acreedora del Premio Nacional CONAC y Cirilo Mendoza.


De las manos de Victoria surgen obras de luz, sombras y texturas que se entrelazan en torno a la ilustración de la Diosa


Un ser mensajero de vida
Lo cierto es que la identidad de María Lionza es insustituible en la contemplación de los fervorosos a su espiritualidad, por lo que registrar su perfil hacia un destino artístico e imaginario es altamente satisfactorio para el observador ansioso de conocer nuevas experiencias enriquecedoras.
Victoria demuestra su imaginario en cada imagen intervenida con gasa, recortes de tela, cera, acrílico, papel celofán y barajas españolas, donde el oro, las copas, espadas y bastos se arremolinan al caballo, la sota y al rey convergiendo en una armoniosa sintonía de efectos simbólicos hacia el albur como deidad de la fortuna; o la María Lionza de tonalidades camuflajeadas, sintonizada al ambiente lujuriante de la montaña hechizada, o la Diosa amarilla de la Harina P.A.N., obra primigenia de la autora, entre otras excelentes realizaciones artísticas.

Victoria Patricia es poeta, la musa fluye en sus venas como elemento natural y las letras que surgen del alma poseen la misma hermosura de su género, acoplada al claroscuro de la vida para otorgarle color.


Para ella, María Lionza es un icono gráfico que representa a la mujer en todos sus ciclos, de hecho así está simbolizada con una pelvis elevada hacia el cielo, exaltando sin duda la condición de primer orden que guarda la madre en la existencia humana, como ser mensajero de vida. Por eso sus obras de arte van más allá del contexto espiritual que encarna la Diosa del amor, la naturaleza y la fortuna, hacia la búsqueda constante que descubre al mito en el hecho real del imaginario transmutado.

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