jueves, 29 de junio de 2017

UN DÍA COMO HOY, pero en 1919, murió el venerable Dr. José Gregorio Hernández


En 1949 el Vaticano abrió un proceso de canonización y en 1986 le otorgó el grado de Venerable a José Gregorio Hernández.



Escribir sobre un hombre inspirado por la luz de Dios, y que utilizó la ciencia para dar un maravilloso aporte social a su país, es significativo,  y es una manera de profundizar la visión de un ser extraordinario que logró la justa balanza de lo justo.

El doctor José Gregorio Hernández supo ver la unión donde la mayoría de los mortales ve la dualidad antagónica: Dios y Ciencia. Supo apreciar la dimensión donde se unen Dios y Hombre.



Fue un docente de excepcional ágora, con una destreza de maestro y alma de penitente alumno. Impartir enseñanza también es una forma de evangelio. En los días cercanos a su muerte, pensaba escribir un libro sobre Embriología, pues sabía que el progreso de la humanidad pasaba por el tamiz de conocer los principios de la vida en la tierra, conocer la perfección de la creación divina. Esto es: la Ciencia como una forma práctica de comulgar con Dios. De esa manera hizo que su enseñanza fuera trascendente y diáfana, y por extensión su clínica fue efectiva, pulcra y prodigiosa.



José Gregorio Hernández tuvo fama en vida. No hay más que acudir a las memorias de testimonios de sus contemporáneos, para saber que desde muy joven era visto como la persona que hoy veneramos. ¿Un hombre sin mácula? ¿Cómo? Pero, ¿no tuvo mujer, hijos, amantes? Muchos de los que lo veneran ignoran que el doctor José Gregorio Hernández tenía voto de fe, de castidad, un elemento de obligada abstinencia carnal, basado en su inquebrantable fe, que lo llevó a tres intentos de pertenecer al mundo de los consagrados a Dios. ¿Acaso por obstinación? No. Desde muy joven se sintió inspirado por la luz, y siempre mantuvo su confesor, la figura de un sacerdote, un guía espiritual, que regía los actos de su conducta de cristiano devoto, que lo llevó siempre a ejercer con denodado ahínco sus virtudes heroicas.

El día que murió el Siervo de Dios




El domingo 29 de junio de 1919 amaneció de rutina en el número 3 de San Andrés a Desbarrancados, vivienda de la familia Hernández. El médico y científico José Gregorio se levantó a las cinco y como era su costumbre rezó el Ángelus. Al terminar encaminó sus pasos a la vecina iglesia de la Divina Pastora con la intención de oír misa y comulgarse.

Cercano a la montaña que separa a Caracas del mar, el barrio de La Pastora era por entonces el lugar preferido de las familias por la tranquilidad y su clima siempre agradable. Por las calles estrechas se oía el armónico paso de las recuas de mulas cargadas de mercancía que los arrieros llevaban al centro comercial de la ciudad y de cuando en cuando pasaba algún tranvía que por módico pasaje llevaba a los viajeros hasta la urbanización El Paraíso haciendo escala en la Plaza Bolívar.

Al salir de misa y aprovechando que era domingo, el Dr. José Gregorio Hernández se fue a visitar a algunos de sus pacientes en la zona; luego regresó a casa donde su hermana Isolina lo esperaba con el desayuno, metódico como era organizó su consultorio y se fue a pasar revista a otro grupo de pacientes, labor que acometía cuando no tenía que dar clases en la universidad. Al cumplir con cada una de las visitas volvió para tomar un baño y a las 12 en punto del mediodía rezó nuevamente el Ángelus.

Le fue servido un almuerzo compuesto de sopa, legumbres, arroz y carne que acompañó con un refresco de guanábana, al acabarlo se sentó a reposar en la silla mecedora que tenía para atender a sus pacientes; allí seguramente pensó en el cercano viaje a Curazao que tenía proyectado con su familia. Esa misma tarde ultimaría los detalles con sus hermanos y sobrinos.

Cerca de las dos llegó alguien para avisarle que una anciana se encontraba gravemente enferma, el doctor tomó su sombrero y con paso apresurado se fue al encuentro con la dama que vivía entre las esquinas de Amadores y Cardones, luego de auscultar a la señora y viendo que era muy pobre decidió ir a comprarle el medicamento que le había recetado, para ello se acerco hasta la farmacia de los Amadores. Al salir con las medicinas para entregarlas a la anciana, el doctor José Gregorio vio que había un tranvía estacionado justo al lado de la farmacia y apurado como estaba por el estado de la paciente cruzó la calle sin mirar a los lados.

En ese momento el señor Fernando Bustamante uno de los pocos chóferes que había en Caracas y casualmente amigo del médico venía a bordo de un Ford modelo T 1918. Un momento antes había tocado corneta al conductor del tranvía para pedir paso y al serle cedido aumentó la velocidad a 30 Kms. por hora para embragar a tercera; al adelantar vio con sorpresa a un inesperado transeúnte que se le ponía por medio, sin poder detenerse lo golpeó con el vehículo lanzándolo por el aire contra un poste telefónico. Al caer el doctor José Gregorio Hernández se golpeó la cabeza con el filo de la acera.

En la declaración que rindió luego ante las autoridades el señor Bustamante narró los siguiente: “Yo entonces detuve el auto a ver si se había parado, pero lo vi en el suelo y reconocí al doctor José Gregorio Hernández, y como éramos amigos y tenía empeñada mi gratitud para con él por servicios profesionales que gratuitamente me había prestado con toda su solicitud, me lancé del auto y lo recogí ayudado por una persona desconocida para mi. Le conduje dentro del auto y entonces en interés de prestarle los auxilios necesarios le llevé tan ligeramente como pude al Hospital Vargas, hable con el policía de guardia y le explique lo que había sucedido. Rápidamente se acercó un interno y entre todos llevamos al doctor adentro; como en ese momento no había ningún médico en el hospital me fui a buscar al doctor Luis Razetti, encontrándole en su casa. Al llegar al hospital un sacerdote que venía saliendo nos dijo que ya el doctor José Gregorio Hernández había muerto”.

Este sacerdote era el presbítero Tomás García Pompa, quien por muchos años ejerció como capellán del Hospital Vargas, fue él quien impuso al doctor José Gregorio Hernández los santos óleos y le dio la absolución bajo condición.

Testigo de Excepción

Angelina Páez quien habitaba en el número 29 de Amadores a Guanábano fue testigo de excepción, pues estaba asomada a la ventana de su casa al momento de ocurrir la tragedia, ella contaría que al momento de ser impactado por el carro, el doctor José Gregorio exclamó: ¡Virgen Santísima! Y de inmediato fue a dar contra el poste.

Como causa de la muerte se señaló fractura en la base del cráneo. El velatorio que en un primer momento la familia decidió realizar en la casa número 57 de Tienda Honda a Puente Trinidad terminó llevándose a afecto en el paraninfo de la Universidad Central de Venezuela donde miles de caraqueños acudieron a rendir sus respetos al querido y admirado médico.







Su fama como filántropo y su conocida vocación religiosa quedó hondamente grabada en el sentir del pueblo que lo hizo objeto de culto y veneración atribuyéndole numerosos milagros ya no sólo en Venezuela sino también en otros países de América Latina. En 1949 el Vaticano abrió un proceso de canonización y en 1986 le otorgó el grado de Venerable.

Sus restos reposan actualmente en la iglesia de la Candelaria donde día a día recibe visitas de numerosos fieles.

Hoy espera la bendición de su Santidad para ingresar a la legión de los santos, aunque para Venezuela lo es desde hace muchos años.


FUENTE: YVKMundial

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