Textos: Daisy Barreto, antropóloga
La divinidad venezolana María Lionza concentra variados sentidos de feminidad gracias a sus originales y variables transformaciones. En su imagen primigenia es un espíritu o fuerza cósmica, telúrica, símbolo de la fecundidad de la tierra, y por analogía de la mujer madre.
Como deidad dadora de las lluvias, ríos, lagunas, serranías, montañas, es protectora de los animales salvajes, en especial los de caza (danto, venado, onza o jaguar), cuya representación asume, al igual que la de la gran serpiente de las aguas: la anaconda. Representa la naturaleza virgen personificada en una joven desnuda de seductora belleza.
Esta antigua simbolización de María Lionza la asemeja a algunas deidades femeninas de los pueblos indígenas ya extintos y a otros supervivientes. En el noroccidente de Venezuela, la región en la que se asienta su origen, existen abundantes piezas arqueológicas de los indígenas precolombinos que permiten establecer esta filiación, tales como vasijas decoradas con los motivos de la culebra y el tigre, y estatuillas femeninas y masculinas cuya forma evidencia su sentido sagrado.
La mayoría de estas piezas fueron halladas en cuevas y al fondo de lagunas, donde según la antigua tradición vive María Lionza en un palacio.
Igualmente, en diversos documentos de la Colonia y de los siglos siguientes, hay suficientes testimonios sobre los rituales que los indígenas, los negros, los campesinos, y hasta los potentados hacendados —«gente supersticiosa y adoradora de la naturaleza»— le rendían a una deidad femenina en cerros, cuevas y lagunas. Deidad que tiene el doble atributo o poder de proveer el bienestar y las desgracias, de proteger o castigar a los que respetan o lesionan la naturaleza y a sus congéneres, por lo que los creyentes solicitan su intervención y favor para hacer tanto el bien como el mal.
Pocos venezolanos conocen las raíces profundas de esta creencia ancestral. Pocos saben que entre los siglos XVII, XVIII y finales del XIX, en documentos y mapas antiguos de la región de los actuales estados Yaracuy y Portuguesa, los nombres María la Onza, Marilonza y dos Aldonza —María Alonso y María Lionza— designan alternativamente diferentes elevaciones montañosas, y que la antigüedad de su nombre, evidentemente cristianizado, se remonta a cuatrocientos años. Estas variaciones históricas testimonian, a su vez, el doble origen transmitido por las leyendas míticas, en las que se muestra como a una mujer india o blanca (española u europea).
De esta forma la reina simboliza lo indígena o lo originario, por ende, lo nacional y, al mismo tiempo, lo extranjero, entendido en su sentido más amplio como el mestizaje biológico y cultural que se inicia en la conquista, se transfigura en el tiempo y se prolonga hasta el presente actual. Como símbolo supremo de la identidad nacional, ella encarna las complejidades del devenir de nuestra reconfiguración social y cultural. Complejidades profundas y de carácter muy diverso, que de manera más visible se expresan a través de los rituales de posesión por el creciente número de espíritus que conforman las cortes de su panteón.
Entre las más antiguas se pueden identificar la corte de los caciques aborígenes de la conquista, la de los negros rebeldes de la colonia y la corte libertadora integrada por los héroes de la independencia. Estas son en conjunto exponentes de la resistencia, la rebelión y la emancipación frente a cualquier dominio extranjero. Resistencia que de igual manera mantiene esta creencia y culto nacional frente al ataque, la represión y la descalificación histórica de la iglesia católica, y más recientemente evangélicas, que la condenan como prácticas de brujería y hechicería.
La deidad María Lionza reúne además los atributos femeninos que hacen de ella un símbolo del amor, del erotismo, de la unión de los sexos en el sentido libre. Pues si bien el rasgo que más han destacado artistas, poetas e intelectuales ha sido el de sus favores para atraer y «encantar» a los hombres, los testimonios escritos desde hace medio siglo sobre el culto exponen la confluencia y aceptación en este de la más amplia diversidad sexual.
En la estatua monumental que la muestra cabalgando desnuda, el escultor Alejandro Colina enalteció todos estos variados sentidos de la feminidad que ella como tres símbolos congrega: la naturaleza, la tierra, el agua, lo animal y lo humano, lo virgen y lo reproductivo, lo autóctono y lo nacional. Erguida sobre un danto por cuyas patas se deslizan serpientes, la Reina María Lionza muestra la carga erótica de su exuberante cuerpo, sosteniendo en lo alto, desafiante, con los brazos elevados, el hueso sacro (la pelvis). María Lionza cabalga marcada por un destino: sumergirse en el devenir, en la transfiguración en el tiempo de la nación Venezuela.
Según la leyenda, Maria Lionza (Yara) fue una doncella Nívar, hija encantada de un poderoso cacique de Nirgua. El Chamán de la aldea había predicho que cuando naciera una niña de ojos extraños, ojos color verde agua, había que sacrificarla y ofrendarla al Dueño de Agua, al Gran Anaconda, porque si no vendría la ruina perpetua y la extinción de los Nívar.
Su padre fue incapaz de hacerlo. Y escondió a la niña en una cueva de la montaña, con veintidós guerreros que la vigilaban e impedían su salida. Ella tenía prohibido verse en los espejos de agua. Pero un día una fuerza misteriosa adormeció a los guardianes y la bella joven salió de la cueva, caminó hasta el lago y descubrió su propio reflejo en el agua.
Así despertó al Dueño de Agua al Gran Anaconda, quien emergió de las profundidades, enamorándose de ella y atrayéndola hacia sí. En el lago Maria Lionza y la poderosa serpiente celebraron una comunión espiritual y mística. Cuando su padre descubrió la unión, intentó separarlos. Entonces la Anaconda creció, se hizo enorme y estalló, provocando una gran inundación que arrasó con la aldea y su gente.
Desde ese día Maria Lionza se volvió la Diosa protectora y dueña de las lagunas, ríos y cascadas, madre protectora de la naturaleza, animales silvestres y reina del amor.
El mito de Yara sobrevivió a la conquista española, aunque sufrió algunas modificaciones. En este sentido, Yara fue cubierta por la religión católica con el manto de la virgen cristiana y tomó el nombre de Nuestra Señora María de la Onza del Prado de Talavera de Nivar. Sin embargo, con el paso del tiempo, sería conocida como María de la Onza, o sea, María Lionza.
Tomado de: ARTE POR EXCELENCIAS
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