Por: Emanuele Amodio
Una primera versión del presente texto ha sido presentada en el simposio “Oralidad y
escritura: la construcción del pasado”, en el marco del III Congreso Sudamericano de
Historia, realizado en Mérida (Venezuela) del 19 al 21 de julio de 2007.
Introducción
Aunque intentaré un relato y una interpretación lo menos “densos” que sea
posible, no cabe duda que el autor resulta involucrado directamente en la materia
que trata, particularmente viviendo en Venezuela y con un trabajo que lo
obliga a prestar atención a los procesos populares locales. Así que es desde la
experiencia personal que quiero comenzar esta exposición, precisamente por
haberme sentido implicado en el culto a María Lionza desde los primeros años
de mi llegada a Venezuela. Se trata de dos episodios, entre lo onírico y lo
mágico, si estas palabras valen como definición de dos campos contiguo de la
experiencia. El primero es un sueño y el segundo un ritual.
Terminaba de leer, casualmente, el “Delirio sobre el Chimborazo” de Bolívar,
mientras recopilaba relatos sobre la montaña de Sorte, lugar central del culto
popular a María Lionza, sin que explícitamente los dos hechos estuvieran, por
lo menos en mi conciencia, relacionados. Una noche, sueño con el Chimborazo,
que había conocido en años anteriores en Ecuador, mirando entre nubes y
desde arriba a un jinete que sube la montaña con grande ímpetu.
Me acerco,
con un close up que solamente los sueños permiten, y me percato que es Bolívar sobre un caballo negro que sube a la cima. Mientras, con mi visión periférica,
noto que otro caballo, blanco esta vez, se acerca por el costado opuesto,
con una mujer desnuda arriba: María Lionza. Los dos jinetes suben velozmente
a la cima, donde se encuentran uno frente al otro (años después veré un cuadro
con el mismo tema).
El segundo episodio pasa unos años después, ya en los 90, un viaje a la
montaña de Sorte en los días cercanos al 12 de octubre. Precisamente en la noche entre el 11 y el 12, me encontraba subiendo la montaña, casi a media
noche, detrás de un grupo de creyentes que me habían invitado a la iniciación
de una materia en lo alto del santuario natural. Pasados los ritos principales y
agotados, estábamos descansando y casi dormidos cuando uno de los muchachos
me dice que su tío quiere hablar conmigo. Me alejo de los otros siguiéndolo
y me lleva donde el tío estaba realizando un ritual marilioncero: un espíritu lo
había incorporado y éste quería hablar conmigo. Se trataba del general Gómez,
con quien me quedé conversando de historia venezolana.
Los dos episodios de mi historia personal no tendrían mayor trascendencia
si no fuera que tiempo después, ya en Caracas, se cruzaron en mi memoria y,
más allá de lo intercambiado con el Generalísimo, cuyo contenido no viene al
caso aquí, reclamaban una justificación, en el marco de mi visión del mundo y,
sobre todo, de mi reflexión sobre el estudio del pasado y la representación que
grupos sociales e individuos se hacen de personas, hechos y sociedad pretéritos,
solamente en parte y superficialmente conocidos por la onomástica nacionalista,
pero ampliamente reelaborados por la experiencia cotidiana de cada
fabulador popular. De esto intentaré dar algunas pistas interpretativas y, finalmente,
intentar pacificar mis recuerdos.
1. El tiempo de los héroes y las religiones estáticas
Cada sociedad y grupo social produce su identidad a través de un posicionamiento
geográfico-espacial, en relación con sus otros contemporáneos, y
temporales, los otros pretéritos. Es en el cruce entre estas dos dimensiones
que se origina el sentido, tanto individual como de grupo, hasta alcanzar la producción
de valor para las identidades nacionales. Estos procesos se producen
en momentos particulares del discurrir de los días, pero tienen realización y
despliegue en la vida cotidiana, de manera implícita, salvo cuando ideológicamente
es necesario reafirmar explícitamente la presencia identitaria.
Los relatos sobre el pasado juegan un papel particularmente importante para
definir el “horizonte de las representaciones” de cada grupo, aunque es obvio
que en una sociedad estratificada privan en estos procesos las relaciones
de poder, tanto que es posible hablar de relatos históricos hegemónicos y relatos
históricos subalternos.
Los primeros, precisamente por estar producidos por
los grupos dominantes y realizar una función de mantenimiento del statu quo,
se transmiten a través de un sinnúmero de medios –desde las escuelas primarias,
los medios de comunicación y los textos escritos– volviéndose patrimonio
del “sentido común”; mientras que los segundos, particularmente en el caso de
las sociedades occidentales, lo hacen a través de la transmisión oral, parcialmente
fragmentados y sin una instancia ordenadora que los unifique y le dé
fuerza.
Por esto, los relatos históricos dominantes tienden a una cierta rigidez,
mientras que los relatos históricos subalternos se configuran de manera plástica:
fragmentos que se juntan a otros en secuencias, de versión en versión, del mismo modo que se conforman los mitos, valiendo aquí el trabajo del bricoleur
de levistrossiana memoria.
Sin embargo, cualquiera que sea el grupo social que produce los relatos, su
articulación identitaria se puede alcanzar solamente a través de eventos particulares,
cuya temporalidad y espacialidad está recortada por gestos y palabras
de tipo ritual. Valen aquí los ejemplos de las ceremonias oficiales de las efemérides fundacionales de la nación, como el recuerdo de la historia del héroe iniciador
de la religión cristiana durante la misa católica.
Precisamente, en los dos
tipos de rituales citados, los relatos se producen alrededor de una figura fundacional
que da sentido genésico al rito, en el inmediato tiempo de la ceremonia
y, desbordando, en la vida cotidiana de cada creyente.
La función que desempeñan los héroes en los relatos históricos, tanto
transmitidos oralmente como a través de la escritura, atañe a su ejemplo como
modelo de conducta, cuya vida debe ser imitada o, en el caso de héroes negativos,
desdeñada. Desempeñan también una función fundacional del grupo,
tanto que en algunas sociedades organizadas en fratrías y clanes, este papel
es asumido por un antepasado.
El héroe-antepasado tiene característica mítica,
lo que implica que su temporalidad ya no pertenece completamente al pasado
histórico, sino que subsiste en un tiempo alternativo, paralelo al de la cotidianeidad,
haciendo así posible el acceso a él a través del ritual que, precisamente,
tiene la función de relacionar las dos temporalidades (cf. Kothe, 1985).
El acceso al héroe a través del ritual puede ser metafórico, como en el caso
de la misa cristiana, a través del recuento de su historia y la participación en
gestos comunitarios que lo evocan simbólicamente. Sin embargo, en el caso de
religiones estáticas o de los cultos chamánicos, el acceso es directo tanto a
través de la visión empática (San Juan de la Cruz, por ejemplo), como a través
del viaje hacia el mundo de los héroes o de los antepasados (cf. Lewis, 1971).
Aquí, el oficiante consigue comunicarse con los “espíritus aliados” (cf. Amodio y
Juncosa, 1991), de quienes recibe consejos para la resolución del problema
que motivó el viaje, como es el caso, en Venezuela, de los cantores pumé al
mundo de los Tios (Orobitg, 1998 y 1999). Sin embargo, en otros tipos de cultos
chamánicos, es el espíritu que “baja” directamente hacia el oficiante del rito
quien, en estado de trance, lo “recibe” en sí mismo, haciéndose poseer.
Evidentemente,
es posible encontrar cultos o religiones donde coexisten todos o
algunos de los aspectos citados, o contemporáneamente en figuras diferentes
o en fases diferentes de su historia (el caso del cristianismo aquí es ejemplar).
De uno de estos cultos nos ocuparemos en este texto y, precisamente, de los
rituales de posesión en el culto a María Lionza en Venezuela.
2. Héroes históricos y rituales de posesión en el culto a María Lionza
(la construcción de pasado lejano y cercano)
El culto a María Lionza, espíritu-diosa que recibe la devoción de individuos y
grupos populares en Venezuela, constituye un fenómeno interesante para estudiar
una de las formas de construcción del pasado en forma oral y, lo que
más nos importa aquí, a través de rituales específicos que permiten una conexión
directa con los héroes y espíritus que acompañan a la “Reina”. De
hecho, estamos en presencia de rituales chamánicos de posesión, donde espíritus de diferente origen y características “bajan” hacia los oficiantes del rito, las
"materias" ayudadas por los “bancos”, posesionándose de sus cuerpos, expulsando
momentáneamente la conciencia del poseído y comunicándose con los
fieles para quienes fueron evocados (cf. Barreto, 1994; Pollak, 1995).
Sin embargo,
a menudo, hay espíritus que “bajan” por voluntad propia y más allá de
los deseos del oficiante, dándose también una lucha de varios espíritus que
quieren al mismo tiempo posesionarse de un cuerpo disponible.
Los espíritus que viven en el mundo espiritual de María Lionza se organizan
en cortes, según su origen, su profesión o sus características, en un esquema
piramidal, en cuya cúspide se encuentra la misma María Lionza, junto al Cacique
Guaicaipuro y al Negro Felipe, conformando así “las tres potencias”.
Varios
investigadores coinciden que al comienzo del culto había una sola corte, la india,
en la cual estaba incluida la misma “reina”, a partir de la cual se crearon las
distintas cortes actuales, difíciles de cuantificar en consideración de la plasticidad
del culto (Antolinez, 1995; Barreto, 1994) y la ausencia de un centro religioso
unificador.
En este sentido, es importante resaltar que cada “Centro”,
nombre que define un lugar de culto organizado alrededor de uno o más chamanes,
elabora por su cuenta el contenido de la creencia, a partir de una base
estructural común con los otros grupos de devotos.
Es así que, por ejemplo,
Angelina Pollak identificaba cerca de quince cortes a comienzo de los años 80,
aclarando sin embargo que “el Culto de María Lionza diariamente está incorporando
un sinnúmero de espíritus y divinidades y es casi imposible enumerarlos
todos” (Pollak, 1985, 35). Por su parte, en la misma época y solamente en los
Andes venezolanos, Jacqueline Clarac de Briceño, identificaba bien treinta y
dos cortes (Clarac de Briceño, 1992).
Nosotros hemos ya registrado unas cuarenta
cortes cuya existencia, sin embargo, es muy fluida y extemporánea, pudiendo
una o más de ellas desaparecer en un lugar y reaparecer en otros, o
cambiar de estructura por migración de sus integrantes a otras cortes, como de
hecho históricamente ha sido ampliamente reseñado (cf. Ferrandiz, 2004).
Aunque nuestro interés apunta hacia las cortes y personajes que tienen registro
en la realidad histórica y actual de Venezuela, es importante dar un cuadro
general de este panteón popular.
Como ya hemos dicho, actualmente, en
cima de la estructura piramidal del panteón se encuentran las “tres potencias”;
sin embargo, los personajes que la componen hacen también parte de las cortes:
María Lionza y Guaicaipuro de la corte india y el Negro Felipe de la corte negra venezolana.
La presencia de la “trinidad”, como también son llamadas
las tres potencias, es compartida por todos los creyentes, de la misma manera
que las cortes principales o más famosas, constituyendo el núcleo central del
sistema religioso marialioncero.
Corte india: con María Lionza y los grandes caciques indígenas de la historia
mitizada de la lucha indígena contra los españoles;
Corte Negra: guiada por el Negro Felipe y la Negra Matea, comprende también
la negra Francisca y, sobre todo, en el caso del Zulia y del piedemonte
andino, a San Benito; más un indeterminado número de personajes, incluyendo
algunos lideres de las revueltas negras contra los españoles en el siglo XVIII.
Corte de los Don Juanes: comprende personajes populares de tipo naturalístico
y simbólico, como Juan de los Cruzados, Juan del Dinero, Juan de Yaracuy,
Juan del Agua, etc.
Corte de los médicos: el doctor José Gregorio encabeza esta corte que
comprende médicos famosos de importancia nacional o local, como José Vargas.
Comprende también, sobre todo en los Andes, algunos santos populares
como San Gerardo y San Pancracio, considerados protectores de los médicos.
Corte Libertadora: también llamada “militar” o “de Simón Bolívar”, quien la
encabeza. Comprende a Miranda, Sucre, Páez y otros libertadores, más
Gómez y, en algunos lugares, al negro Felipe.
Corte africana: comprende las siete potencias del panteón yoruba y, en
general, de la santería antillana (Changó, Yemayá, Ochún, etc.).
Corte de los malandros: formada en tiempos recientes, comprende figuras
marginales que se han distinguido por sus hazañas fuera de la ley, comprende,
entre otros, Ismael, Isabelita, Tomasito, Jhonny, etc. (originados fundamentalmente
en las áreas barriales de Caracas).
A estas cortes se añaden otras, como la Corte Celestial, con Santos de la
iglesia católica y santos populares; la Corte de los estudiantes; la Corte vikinga,
con Erik el rojo y sus hijas, la Corte chamarrera, con Toribio Montañés y Lino
Valle, entre otros; y, finalmente, la Corte calé, donde encontramos hasta al Che
Guevara. Es evidente que las cortes son compuestas de personajes muy diferentes,
desde figuras históricas, individuos importantes en el ámbito local, hasta
espíritus de origen africano o santos del catolicismo popular no aceptados por
la iglesia.
La posibilidad de acceso directo a los personajes históricos, cada uno caracterizado
por elementos que los creyentes les atribuyen (color, bebida, gestos,
carácter, etc.), los transforma en fuente “fehaciente”, por lo menos para los productores populares, de los hechos pasados, además de darles autoridad
para dar consejos sobre problemas de los creyentes u opinar sobre la realidad
actual que ellos viven.
De cualquier manera, antes de hablar directamente de algunos personajes,
es útil recalcar que el culto de María Lionza está compuesto por un conjunto de
creencias donde la memoria histórica y hasta la caracterización “nacionalista"
de los personajes está muy presente, como justamente afirmaba Beatriz VeitTané:
“María Lionza es una diosa criolla que salvará a Venezuela” (en García
Gaviria, 1987, 82-88). Por ejemplo, la fecha central de culto, el 12 de octubre,
“día de la raza” hasta hace pocos años y, ahora en Venezuela, “día de la resistencia
indígena”, cada año, durante la semana del 12 de octubre, las montañas
de Sorte y Quibayo, en el estado Lara, son meta de peregrinaciones y lugar de
rituales, incluyendo la “coronación” de las nuevas “materias”; culminando las
ceremonias la noche del 12 con la realización del ritual del “Baile de la candela”,
cuando los adeptos iniciados atraviesan a pie desnudos un estrato de carbones
encendidos.
Por otro lado, el culto ha sido interpretado como característica
identitaria del pueblo venezolano, incluyendo su uso político, desde por lo
menos la época de Pérez Jiménez, quien precisamente hizo erigir una estatua
de la “Reina” en Sorte a la entrada de la montaña sagrada (cf. Barreto, 1998).
Sin embargo, son algunas de las figuras que componen algunas cortes que
le dan su mayor perspectiva histórica, comenzando con los dos espíritus de
“alta luz” que acompañan a María Lionza: el cacique Guaicaipuro y el Negro
Felipe.
El primero pertenece a la tradición de resistencia indígena contra los
españoles en los valles de Caracas durante el siglo XVI; el segundo es considerado
como guerrero que combatió con Bolívar durante la guerra de independencia.
Es importante resaltar que estas dos figuras entran en el imaginario
popular de los creyentes bien antes que, por lo menos en el caso del cacique
indígena, su figura fuera rescatada como símbolo patrio por el gobierno actual,
hasta incluir el traslado simbólico de sus cenizas al Panteón Nacional en 2004.
Esto implica que sobre la figura de Guaicaipuro se han tejido múltiples tramas,
desde el momento mismo en que Oviedo y Baños rescató su nombre y figura
(hay todavía dudas sobre su existencia como individuo), para presentarlo a la
conciencia ilustrada de los mantuanos del siglo XVIII venezolano como héroe
negativo, el enemigo que se opone a la conquista civilizadora de España y, derrotado,
asume las formas de la “maldad” y de la “oscuridad” contra las luces de
la civilización, occidental naturalmente (cf. Biord, 2002). Con estas características,
por lo menos en las historias oficiales, continuo estando presente hasta la
actualidad pero, al mismo tiempo, su temprana presencia en el culto de María
Lionza indica que los grupos populares, mestizos al fin, se apropiaron de su
figura para transformarlo en héroe positivo, referente importante para la producción
de su identidad, hasta ser asumido como héroe positivo en el pensamiento
bolivariano actual (cf. Biord, 2003).
Lo mismo pasa con el negro Felipe, aunque con menor publicidad, debido
sobre todo a su ausencia de la historia oficial y, por ende, con una imagen casi
exclusivamente popular, tanto que se puede hasta dudar de su existencia real.
Sin embargo, ya que es percibido y construido como personaje histórico –un
esclavo cimarrón que se une a la lucha de Bolívar –evidentemente cumple una
función bastante parecida a la de Guaicaipuro: símbolo de lucha desde una
condición subalterna, rescate para los esclavos negros, etc. De alguna manera,
como miembro de la corte negra, es asociado a otras figuras subalternas relacionadas
con Bolívar, como la Negra Matea, niñera del Libertador.
Como pasa con todos los otros espíritus, el Negro Felipe tiene características
particulares que permiten identificarlo cuando se posesiona de su huésped.
Entre éstas, sobresale su manera de hablar, según la construcción popular de
cómo hablaría un negro cimarrón de la época colonial: una glosolalia con intercalación
de la partícula “lo Veamos un ejemplo recopilado por Dilia Florez Díaz
(1988, 48): “Lolonegrolo lolodicilo lolovelo loloprobëmolo, loloquierolo lolodicilo
lolollamolo lolocosolo loloesolo...” (Negro dici problemo quiero dici llamo coso
eso tú llamo coso eso...); donde se utiliza un doble registro lingüístico: la marca
como prefijo y afijo y el habla sincopada y sin declinación verbal, que se presume
utilizan quienes no hablan bien el castellano.
La otra figura histórica que resalta en las cortes mariolenceras es sin duda
Bolívar, jefe de la corte libertadora o bolivariana, como es llamada en tiempos
muy recientes, seguido por personajes de la Independencia o que han sobresalido
en la historia posterior, como es el caso de Gómez.
La presencia de Bolívar
en el culto de María Lionza no es reciente y, según Clarac de Briceño, se introduce
a partir de la década de los setenta (Clarac de Briceño, 1992), aunque en
la zona de Barlovento parece haber existido un culto espiritista a Bolívar desde
la primera mitad el siglo XX (Salas, 1987, 97). Sin embargo, su aumentada presencia
e importancia en el culto se debe particularmente al cambio radical del
contexto político venezolano, con la llegada al poder de Hugo Chávez, que ha
impulsado “el renacimiento exacerbado del nacionalismo en su vertiente bolivariana,
expresado básicamente en la exaltación de la gesta independentista como
etapa más significativa de nuestra historia” (Fernández y Barreto, 2002, 15).
La iconografía y hagiografía oficial de Simón Bolívar son en gran parte el reservorio
de elementos de los cuales los cultores de María Lionza se apropian
para construir su imagen.
Así, dicen, le gusta mucho que se le cante el himno
nacional, que haya una bandera de Venezuela y que los presentes se pongan
en posición de firme, tal como militares que obedecen (Clarac de Briceño:
1992, 181-182). En cuanto a sus características personales, a menudo llega
tosiendo, es decir, mostrando debilidad así como la iconografía oficial presenta
los últimos días de su vida terrenal; bebe champaña y brandy y no le gustan los
niños, que manda sacar.
En cuanto a sus acciones, da consejos sobre la vida
relacional, peleas y conflictos; bendice joyas, etc., y hasta da consejos políticos o aconseja a candidatos a cargos públicos. Veamos una oración a la corte libertadora:
Ofrezco estas santas luces, con el permiso del gran poder de Dios, la Santísima Trinidad,
Corte Celestial y Santos del Cielo, a la Corte Libertadora, en esta hora, para
con su fuerza y este poder me den luz y protección, venciendo así todo obstáculo de
cualquier índole que se presente para tener fuerza y valor y salir adelante en cualquier
momento y circunstancia que se presente (Pollak, 1994, 164).
No todas las materias pueden recibir a Bolívar, sino solamente aquellos que
han superado gran parte de las etapas de su perfeccionamiento (Salas, 1987,
100). En este sentido, a la jerarquía de las cortes y de los espíritus, corresponde
una jerarquía equivalente entre los diferentes médium mariolenceros, con
diferente estructuración según el centro y su organización particular (ver el caso
del Centro Madre Erika de Caracas).
Aun así, antes que Bolívar baje, a menudo
es el Negro Felipe quien llega antes “para preparar el camino”, siendo
esta una evolución de cuando Bolívar no bajaba directamente sino que era el
Negro Felipe que transmitía sus palabras.
Sin embargo, el Bolívar que se incorpora en la materia no siempre está en
una misma etapa de su vida, pudiendo variar su edad y su comportamiento.
Véase un testimonio recogido por Yolanda Salas:
Además lo he visto en muchas facetas, lo he visto bajar cuando ya estaba muriéndose
y se caracteriza por la tos de un enfermo pulmonar. La otra es Bolívar pasando el
páramo. Decía que tenía mucho frío y pedía su capa. Las otras veces baja como guerrero:
el hombre fuerte. Y hay que cantarle el himno nacional. Aquí su voz es muy dulce
y trasmite algo especial (Salas, 1987, 102).
Es evidente la utilización de los datos de la hagiografía y de la historia oficial.
Sin embargo, es importante resaltar que esta historia ha sido reestructurada
y rescrita desde las exigencias identificatorias de los grupos populares, comenzando
por los mismos datos de su nacimiento: habría nacido en Capaya y
no en Caracas, de una negra esclava, siendo así mulato. En otras versiones,
es hijo de una india, descendiente del mismo cacique Guicaipuro. Estas otras
historias de Bolívar circulan de manera oral y casi clandestina, aunque parece
que la actual dirigencia política bolivariana las ha estado tomando en consideración,
como se desprende por ejemplo de la inclusión de Capaya, donde la
familia Bolívar tenía una hacienda, en el plan de excavaciones del proyecto de
arqueología bolivariana que el Instituto del Patrimonio Cultural de Caracas ha
recientemente realizado (2006).
Junto a estas grandes figuras históricas, las cortes incluyen otras de mediana
importancia, pero siempre como referente de la historia patria y de la vida
social de los grupos subalternos, como es el caso de José Gregorio Hernández,
médico filántropo muerto a comienzo del siglo XX y santificado popularmente
a lo largo de ese siglo. Más allá de las transformaciones que esta figura ha mostrado –médico, santo popular, curador espiritual y, finalmente, Beato de
la Iglesia Católica– es importante resaltar su inclusión en el culto de María Lionza,
dirigiendo la corte de los médicos. José Gregorio, como espíritu marialioncero,
se posesiona de su materia para curar y hasta intervenir quirúrgicamente
a los enfermos que requieren de su especialidad, lo mismo que otros médicos
famosos como Vargas o Razetti.
Sin embargo, los personajes que llaman más la atención son los integrantes
de cortes menores y que han adquirido mucha fuerza en la actualidad, como es
el caso de la corte de los malandros.
Es necesario aclarar que en Venezuela el
culto a personajes de la vida cotidiana de los grupos populares que se han distinguido
por alguna hazaña bondadosa, más allá de la vida que conducían, a
menudo delincuencial, no es un fenómeno nuevo. Se trata, por ejemplo, de los
“muertos milagrosos” cuya tumba es meta de peregrinajes y pedido de favores.
La Corte malandra del culto de María LIonza incluye a criminales notorios, definición
de cierta manera oficial y policial, ya que, desde la percepción popular, se
trata de personajes que en vida ayudaban a la gente de los barrios populares y
hasta redistribuían lo que robaban, a la manera de robinhoodes populares (uno
de ello tiene precisamente este apodo). Llama la atención que los adeptos de la
corte malandra son generalmente jóvenes de barrio, a menudo con las mismas
actividades de sus protectores espirituales; mientras la posesión ritual refleja su
tren de vida: las materias posesionadas se cortan con cuchillo o gillette, manan
sangre, se enfurecen, beben mucho, escuchan vallenato, piden revólveres, etc.
En este sentido, la corte de los malandros expresa simbólicamente una gran violencia,
reflejo de la vida cotidiana de sus adeptos (cf. Ferrandiz, 2004).
Los últimos casos citados indican claramente que el héroe mítico, tanto si se
trata de un personaje histórico mitizado como en el caso de una figura mítica
historicizada, necesita un anclaje fuerte con el grupo social que produce su valorización
y ésta se define a partir del contexto cultural local y no necesariamente
desde la cultura nacional oficial.
Así, el proceso de construcción del pasado
a través de la figura heróica puede definirse a través de dos movimientos
cruzados:
1. Desde arriba hacia abajo, con figuras identificativas nacionales, cuyos
contenidos han sido plasmados a partir de los intereses de los grupos sociales
dominantes (lo que implica que pueden cambiar tanto las figuras como su caracterización
al mutar de las relaciones de fuerza).
2. Desde abajo hacia arriba, a través de figuras populares o apropiadas por
los grupos populares, cuya caracterización deriva directamente de las formas
identitarias locales y el valor del anclaje que conllevan con la vida cotidiana de
sus creyentes.
En uno como en el otro caso, se trata de fenómenos muy dinámicos con
desplazamientos de contenidos y formas de un grupo social al otro, y transformaciones de características según las miradas, los deseos y los intereses de
cada productor de imágenes, sea este popular o no.
Comentario final
Los ejemplos que hemos citados manifiestan una manera de construir la historia
desde la vivencia popular, como soporte significante a la vida cotidiana y a
la identidad de los individuos que viven esta condición social.
Evidentemente,
ya que estos grupos viven una cultura tendencialmente fragmentada, su reconstrucción
histórica conjuga múltiples fuentes, incluyendo las literarias de los
historiadores, según la vulgata de los libros escolares y la propaganda política.
En este sentido, en los últimos años, gracias a la prédica bolivariana con matices
didácticos que cada Aló Presidente emite, han ido en aumento los datos
históricos que las materias mariolionceras incorporan en su performance, como
es el caso de la descripción de batallas de la independencias disputadas por
Bolívar.
Por otro lado, la "gran historia" no cubre todas las exigencias populares de
sentido ya que esos personajes, precisamente por su “grandeza”, son percibidos
con una vida social lejana a la de los grupos que a ellos recurren. De allí
que sea necesario asociar a ellos también figuras históricas “alternativas”, como
es el caso de Guaicaipuro y el Negro Felipe, poniendo así al descubierto,
de manera diría subversiva, lo que la historia oficial generalmente reprime y
censura: las hazañas de los subalternos en pro de su liberación. Vale también
el hecho que estas figuras históricas menores son percibidas como más cercanas
temporal y socialmente, de modo que la construcción de sentido tenga una
dinámica que facilite la inclusión de los adeptos en el universo de sentido histórico y actual. De allí la introducción de figuras como las de los malandros, pero
también de estudiantes, profesores, camioneros, etc.
Esta “pequeña historia”,
para llamarla de alguna manera, resulta más manejable, más vivible cotidianamente,
como lo demuestra el caso de las bebidas: Bolívar toma champaña y
brandy, el malandro Ismael, ron.
Finalmente, ampliando un poco el ámbito de nuestras conclusiones, no hay
que caer en la trampa de los particularismos y pensar que todo esto interesa
solamente a algunos grupos reducidos de creyentes marialionceros. En verdad,
la posibilidad de que espíritus celestiales cristianos o deidades africanas, personajes
históricos como Bolívar o espíritus de malandros, puedan continuar
existiendo en otro plano de la existencia y que, en tiempo y formas particulares,
puedan comunicarse con los seres terrenales, pertenece ya al imaginario popular
venezolano, desbordando sus límites sociales hasta incluir amplios sectores
de la clase media.
No de otra manera se explican los “mitos urbanos” que la clase media hace
circular, disfrazados de ironía y hasta sorna, sobre Chávez que dejaría en su
mesa una silla vacía, con platos y todo, para que el "espíritu" de Bolívar pueda bajar y estar sentado a su lado.
O, en otro contexto social, como nos contaba
una funcionaria, a menudo aparece al lado de Chávez la figura de Guaicaipuro,
su protector. De esta manera, en la búsqueda de soluciones a la dura realidad
del presente, los grupos populares y los mismos políticos que expresan sus
necesidades echan mano de cualquier recurso simbólico y de cualquier lógica
que pueda dar sentido y fuerza al horizonte de sus representaciones. En este
esfuerzo, evidentemente, mezclan, sobreponen, sincretizan lógicas y símbolos
provenientes de mundos culturales diferentes, juntándolos en una "colcha de
retazos" que el rito, cuando se le de la posibilidad, homogeniza y permite el
despliegue de su valor. En este contexto, también el pasado sufre los empates
de la reescritura y de la reconstrucción, realizándose aquí fehacientemente la
conclusión que es el presente que construye el pasado y no viceversa. Al fin y
al cabo, para cambiar el futuro es necesario cambiar el presente, pero, para
cambiar el presente, es necesario cambiar el pasado.
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