En 1949 el Vaticano abrió un proceso de canonización y en
1986 le otorgó el grado de Venerable a José Gregorio Hernández.
Escribir sobre un hombre inspirado por la luz de Dios, y
que utilizó la ciencia para dar un maravilloso aporte social a su país, es
significativo, y es una manera de
profundizar la visión de un ser extraordinario que logró la justa balanza de lo
justo.
El doctor José Gregorio Hernández supo ver la unión donde
la mayoría de los mortales ve la dualidad antagónica: Dios y Ciencia. Supo
apreciar la dimensión donde se unen Dios y Hombre.
Fue un docente de excepcional ágora, con una destreza de
maestro y alma de penitente alumno. Impartir enseñanza también es una forma de
evangelio. En los días cercanos a su muerte, pensaba escribir un libro sobre
Embriología, pues sabía que el progreso de la humanidad pasaba por el tamiz de
conocer los principios de la vida en la tierra, conocer la perfección de la
creación divina. Esto es: la Ciencia como una forma práctica de comulgar con
Dios. De esa manera hizo que su enseñanza fuera trascendente y diáfana, y por
extensión su clínica fue efectiva, pulcra y prodigiosa.
José Gregorio Hernández tuvo fama en vida. No hay más que
acudir a las memorias de testimonios de sus contemporáneos, para saber que
desde muy joven era visto como la persona que hoy veneramos. ¿Un hombre sin
mácula? ¿Cómo? Pero, ¿no tuvo mujer, hijos, amantes? Muchos de los que lo
veneran ignoran que el doctor José Gregorio Hernández tenía voto de fe, de
castidad, un elemento de obligada abstinencia carnal, basado en su
inquebrantable fe, que lo llevó a tres intentos de pertenecer al mundo de los
consagrados a Dios. ¿Acaso por obstinación? No. Desde muy joven se sintió
inspirado por la luz, y siempre mantuvo su confesor, la figura de un sacerdote,
un guía espiritual, que regía los actos de su conducta de cristiano devoto, que
lo llevó siempre a ejercer con denodado ahínco sus virtudes heroicas.
El día que murió el Siervo de Dios
El domingo 29 de junio de 1919 amaneció de rutina en el
número 3 de San Andrés a Desbarrancados, vivienda de la familia Hernández. El
médico y científico José Gregorio se levantó a las cinco y como era su
costumbre rezó el Ángelus. Al terminar encaminó sus pasos a la vecina iglesia
de la Divina Pastora con la intención de oír misa y comulgarse.
Cercano a la montaña que separa a Caracas del mar, el
barrio de La Pastora era por entonces el lugar preferido de las familias por la
tranquilidad y su clima siempre agradable. Por las calles estrechas se oía el
armónico paso de las recuas de mulas cargadas de mercancía que los arrieros
llevaban al centro comercial de la ciudad y de cuando en cuando pasaba algún
tranvía que por módico pasaje llevaba a los viajeros hasta la urbanización El
Paraíso haciendo escala en la Plaza Bolívar.
Al salir de misa y aprovechando que era domingo, el Dr.
José Gregorio Hernández se fue a visitar a algunos de sus pacientes en la zona;
luego regresó a casa donde su hermana Isolina lo esperaba con el desayuno,
metódico como era organizó su consultorio y se fue a pasar revista a otro grupo
de pacientes, labor que acometía cuando no tenía que dar clases en la universidad.
Al cumplir con cada una de las visitas volvió para tomar un baño y a las 12 en
punto del mediodía rezó nuevamente el Ángelus.
Le fue servido un almuerzo compuesto de sopa, legumbres,
arroz y carne que acompañó con un refresco de guanábana, al acabarlo se sentó a
reposar en la silla mecedora que tenía para atender a sus pacientes; allí
seguramente pensó en el cercano viaje a Curazao que tenía proyectado con su
familia. Esa misma tarde ultimaría los detalles con sus hermanos y sobrinos.
Cerca de las dos llegó alguien para avisarle que una
anciana se encontraba gravemente enferma, el doctor tomó su sombrero y con paso
apresurado se fue al encuentro con la dama que vivía entre las esquinas de
Amadores y Cardones, luego de auscultar a la señora y viendo que era muy pobre
decidió ir a comprarle el medicamento que le había recetado, para ello se
acerco hasta la farmacia de los Amadores. Al salir con las medicinas para
entregarlas a la anciana, el doctor José Gregorio vio que había un tranvía
estacionado justo al lado de la farmacia y apurado como estaba por el estado de
la paciente cruzó la calle sin mirar a los lados.
En ese momento el señor Fernando Bustamante uno de los
pocos chóferes que había en Caracas y casualmente amigo del médico venía a
bordo de un Ford modelo T 1918. Un momento antes había tocado corneta al
conductor del tranvía para pedir paso y al serle cedido aumentó la velocidad a
30 Kms. por hora para embragar a tercera; al adelantar vio con sorpresa a un
inesperado transeúnte que se le ponía por medio, sin poder detenerse lo golpeó
con el vehículo lanzándolo por el aire contra un poste telefónico. Al caer el
doctor José Gregorio Hernández se golpeó la cabeza con el filo de la acera.
En la declaración que rindió luego ante las autoridades
el señor Bustamante narró los siguiente: “Yo entonces detuve el auto a ver si
se había parado, pero lo vi en el suelo y reconocí al doctor José Gregorio
Hernández, y como éramos amigos y tenía empeñada mi gratitud para con él por
servicios profesionales que gratuitamente me había prestado con toda su
solicitud, me lancé del auto y lo recogí ayudado por una persona desconocida
para mi. Le conduje dentro del auto y entonces en interés de prestarle los
auxilios necesarios le llevé tan ligeramente como pude al Hospital Vargas,
hable con el policía de guardia y le explique lo que había sucedido.
Rápidamente se acercó un interno y entre todos llevamos al doctor adentro; como
en ese momento no había ningún médico en el hospital me fui a buscar al doctor
Luis Razetti, encontrándole en su casa. Al llegar al hospital un sacerdote que
venía saliendo nos dijo que ya el doctor José Gregorio Hernández había muerto”.
Este sacerdote era el presbítero Tomás García Pompa,
quien por muchos años ejerció como capellán del Hospital Vargas, fue él quien
impuso al doctor José Gregorio Hernández los santos óleos y le dio la
absolución bajo condición.
Testigo de Excepción
Angelina Páez quien habitaba en el número 29 de Amadores
a Guanábano fue testigo de excepción, pues estaba asomada a la ventana de su
casa al momento de ocurrir la tragedia, ella contaría que al momento de ser
impactado por el carro, el doctor José Gregorio exclamó: ¡Virgen Santísima! Y
de inmediato fue a dar contra el poste.
Como causa de la muerte se señaló fractura en la base del
cráneo. El velatorio que en un primer momento la familia decidió realizar en la
casa número 57 de Tienda Honda a Puente Trinidad terminó llevándose a afecto en
el paraninfo de la Universidad Central de Venezuela donde miles de caraqueños
acudieron a rendir sus respetos al querido y admirado médico.
Su fama como filántropo y su conocida vocación religiosa
quedó hondamente grabada en el sentir del pueblo que lo hizo objeto de culto y
veneración atribuyéndole numerosos milagros ya no sólo en Venezuela sino
también en otros países de América Latina. En 1949 el Vaticano abrió un proceso
de canonización y en 1986 le otorgó el grado de Venerable.
Sus restos reposan actualmente en la iglesia de la
Candelaria donde día a día recibe visitas de numerosos fieles.
Hoy espera la bendición de su Santidad para ingresar a la
legión de los santos, aunque para Venezuela lo es desde hace muchos años.
FUENTE: YVKMundial
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