Gilberto
Antolínez marcó el rumbo del estudio indigenista en América
...sus
letras siguen siendo historias que se pueden relatar como si fueran cuentos
Raúl
Freytez / Foto: Omar Yépez
El
23 de Agosto de 1908 nació Félix Gilberto Antolínez Ayestarán, en la antigua
hacienda “Comunivare” de San Felipe. Quién diría que aquel muchacho diestro en
las faenas del campo, con el correr del tiempo se haría reconocer a través del
universo de la literatura como el precursor del estudio de las etnias
americanas. De la extensa obra de Antolínez
es justo reconocer que fue el precursor del estudio e historia de María Lionza,
a través de la versión más antigua del mito en la revista Guarura, hacia el año
de 1939.
Gilberto Antolínez
asesoró al escultor venezolano Alejandro Colina, para realizar la figura hecha
en piedra que muestra a la Reina a lomo de su danta
(Foto: Omar Yépez)
Se
cumplen ciento nueve años del nacimiento de este ilustre paisano, meritorio no
sólo por haber puesto en alto el nombre de Yaracuy a nivel internacional
producto de sus estudios e investigaciones indigenistas, sino también por su
aporte al acervo literario nacional que aún hoy en día actualiza los
conocimientos sobre interesantes temas que reflejó en sus obras “Hacia el indio
y su mundo”, “Retratos y figuras”, “El agujero de la serpiente” y “La Diosa y
la danta”, tan sólo por nombrar parte del invaluable tributo a las letras
sudamericanas. Un hombre cuyo valor más sobresaliente fue el de servir a su lar
nativo con la misma pasión con que amó a su eterno amor Pálmenes Yarza, poeta
también de fina pluma hija del picacho de Nirgua, con quien contraería
matrimonio sentimental y profesional, pues ambos eran amantes del estudio
indígena nacional. De Pálmenes escribió: “Sus ojos son castaños y pequeños, pero cambian de viso como la
labradorita o las alas crepusculares de la mariposa Morpho. Ora relampaguean y
cabrilean, son juguetones delfines oceánicos. Ora son picarescos y garduños.
Ora si aman, húmedos tersos, vívidos, implorantes, aguamiel ocelada de
trapiche.”
De
las armas a la artillería de la historia
Antes
de su paso por las añosas hojas del tiempo, obtuvo su primer logro estudiantil
en la Escuela Federal “Padre Delgado” -sólo hasta el 3er. Grado- para luego
graduarse de bachiller en el Colegio de Montesinos con el apoyo de Trinidad
Figueira y Federico Quiroz, hasta espigarse en sus casi 1.90 de estatura como
subteniente de artillería de la Escuela Militar, en 1930. Sin embargo no fue
esa en verdad su pasión, pues bien pronto, a su paso por la Dirección de
Cultura del Ministerio de Educación Nacional en su condición de Comisionado de
Investigaciones Indigenistas fue cuando verdaderamente alcanzó interesarse en
el estudio de las etnias americanas, incluso logrando la fundación del
movimiento indigenista venezolano junto a Julio Febres Cordero y Tulio López
Ramírez, en acciones que finalmente lo llevaría a formar parte del grupo de
arqueólogos que realizarían las primeras excavaciones estratigráficas en el
oriente del país, junto al equipo que enviara la Universidad de Harvard. De ahí
sus pasos siempre se enrumbarían hacia el estudio de las sociedades indígenas
americanas con el valioso aporte literario de sus obras ejerciendo el periodismo, la
crítica y la crónica, experiencias que conjugaría con su buena fama de pintor,
dibujante, poeta, ilustrador y grabador.
Gilberto Antolínez
bordó con plumas de guacamaya los adornos del indígena americano; lloró con las
angustias del hambre ajena y brindó con los chamanes el elíxir de las cosechas
Su
leyenda dio origen al mito
Antolínez
fue el precursor del estudio e historia de María Lionza, a través de la versión
más antigua del mito en la revista Guarura, hacia el año de 1939. La
transcripción de Antolínez cuenta en su primer párrafo que “Los indios Jirajara-Nívar, en una fiesta de fin de cosecha,
recibieron de su gran Piache un doloroso presagio. Decía el mismo que “viniendo
los tiempos nacería una doncella, hija de cacique, con los ojos de tan extraño
color que, de mirarse en las aguas de la laguna, jamás podría distinguirse las
pupilas. Tan pronto como esta mujer de ojos de agua se viese espejada en alguna
parte, por el doble hueco vacío de las niñas de la imagen, iría saliendo una
serpiente monstruosa, genio de las aguas, la cual causaría la ruina perpetua y
extinción de los Nívar. Grande fue la aflicción de aquella altiva tribu. Pero
pasó el tiempo, y todos los caciques, cada vez que nacía una niña, pasaban
temores sin cuento hasta que se les anunciaba que, como siempre, la recién nacida
tenía los ojos negros”. Al parecer esta es la leyenda
que da origen al culto a María Lionza en Venezuela.
Incluso
su obra literaria traspasó los límites del tiempo hacia el hecho cultural, tal
como se constató en la Sala Coordinación de Teatro en San Felipe, bajo la
dirección de Lusvio Ramírez, con la presentación de la Obra Eemarü estelarizada
por Elsy Loyo, la cual versa precisamente sobre el mito de la india de ojos de
agua.
Ya
se notaba el afán del escritor por enrumbar sus letras hacia el recóndito universo
de la leyenda, que luego con el devenir de los años sería devorado por el mito,
en una ambientación que dista mucho del cansancio sino más bien del acoso
visual hacia el influjo de una lectura amena en cada una de sus hojas, donde
casi en prosa lírica refleja la azarosa existencia de la mujer indígena que
habría de convertirse en mito.
En
la autopista del Este en Caracas, se yergue todopoderosa la escultura
incomparable del escultor venezolano Alejandro Colina, quien fuera asesorado
por el escritor Gilberto Antolinez para realizar la figura hecha en piedra con
la fuerza impresionante y el calor férvido del mito universal, que muestra a la
Reina a lomo de su danta. María Lionza es un símbolo de la raza, la clara característica del
mestizaje hispano-indígena y africano.
Casi
podríamos decir que Antolínez bordó con plumas de guacamaya los adornos del
indígena americano; lloró con las angustias del hambre ajena, brindó con los
chamanes el elíxir de las cosechas; pintó los atardeceres sobre el rumor de los
ríos, y no sería extraño concebir también que dibujó los lunares del jaguar,
ese animal “dotado de altos poderes” relacionados con las creencias del ciclo
andino-forestal-amazónico, asociado también a la luna, las estrellas, el sol,
el rayo y las lluvias.
Su
obra literaria
Aunque
sabemos que Antolínez publicó un solo libro: “Hacia el Indio y su Mundo” en 1946, cuyo texto ha sido
material de obligatoria referencia en varias universidades venezolanas y del
exterior, la Fundación Casa de las Letras que lleva su nombre conjuntamente con
el Centro Experimental de Talleres Artísticos (CETA) publicaron valiosas obras
en los títulos “Retratos y Figuras”, “Los Ciclos de los Dioses” y
“El Agujero de la Serpiente”, a través de la compilación de
trabajos dispersos e inéditos, cuya responsabilidad recayó en las manos de
Orlando Barreto. Por otra parte, el Centro de Historia de Yaracuy, a cargo de
Adriana Cardozo, guarda con celo algunos datos biográficos de Antolínez, aunque
no con la profusión deseada, sobre todo en aspectos gráficos, hecho que en nada
desmerita la excelente labor desplegada por el personal que labora en esa
importante institución que alienta la memoria de los hechos y acciones de
carácter histórico de mayor relevancia para el uso, disfrute, estudio y
conocimiento de sus múltiples usuarios.
Diplomado para la Formación de Cronistas “Gilberto
Antolínez”
Hacia el rescate de este valor regional, la Universidad Nacional
Experimental del Yaracuy, UNEY, en ofrecimiento del poeta trujillano Antonio
Trujillo, Cronista de San Antonio de los Altos, supo vender la idea a través
del convenio de cooperación académica suscrito entre el doctor Freddy Castillo
Castellanos, quien fuera Rector de la UNEY, y Luis Alberto Crespo, Presidente
de la Casa de las Letras Andrés Bello, para formular la propuesta en la
concepción del diplomado para la formación de cronistas, teniendo como epónimo
a Gilberto Antolínez, en homenaje al centenario de su nacimiento, valorando de
este modo su condición de cronista e investigador de las culturas aborígenes de
Venezuela y de Latinoamérica.
En este sentido, Freddy Castillo Castellanos describió a Gilberto
Antolínez como “uno de los yaracuyanos más universales, responsable de abrir el
camino para la cultura indígena y el estudio de María Lionza como mito, por lo
que la universidad venezolana está en deuda con él. A Antolínez, dijo, no basta
con citarlo, hay que valorarlo y estudiarlo, darle cabida a los conocimientos
que manejó, que no se gestan en los cubículos universitarios”.
Por su parte, Luis Alberto Crespo destacó la importancia del papel de
los cronistas como conciencias de las regiones para preservar la memoria de las
comunidades, mientras que Antonio Trujillo manifestó su complacencia porque su
oficio tendrá mayores espacios y mejores herramientas en las regiones.
Finalmente Anselmo Castillo, quien fuera presidente de la Asociación de Cronistas
Oficiales de Venezuela, aseguró que “los cronistas son los defensores del patrimonio cultural y
natural del país, por lo que tienen la responsabilidad de buscar la verdad y
registrarla, ya que de lo contrario nos condenarán nuestras generaciones”.
De modo que se honró el nombre de Gilberto Antolínez, uno de los
yaracuyanos más insignes del siglo XX, al tiempo de abrir caminos hacia el
rescate de los valores culturales de las comunidades venezolanas, con la
promoción de dos cohortes de Cronistas y otra más en curso, retomada por las
autoridades de la UNEY, encabezados por la rectora Yanira López, el vicerrector
Manuel Milla y Lyle Rodríguez, Secretaria General; junto a la vicerrectora académica de la Universidad Nacional
Experimental Rómulo Gallegos (Unerg), Evelín Fernández; Gladys Ortiz, Directora
de Postgrado y Alba González, Coordinadora de Extensión de la Universidad
Nacional Experimental del Yaracuy.
Su obra navega en el mar del olvido
¿Qué
o cual influencia impulsaba a Gilberto Antolínez a escribir con tanta pasión
sobre nuestros abuelos indígenas? Las letras de Antolínez son historias que se
pueden contar como si fueran cuentos, y aquí obliga la palabra del buen amigo
Orlando Barreto, Cronista Oficial del municipio Independencia, amante también
de las letras y aplicado estudioso de la obra de Antolínez, en prólogo que
redactara abriendo las páginas del libro “El agujero de la serpiente”, del
mismo autor, donde describe que “la obra de Antolínez entraña una gran vigencia en el terreno de
las investigaciones de la culturas aborígenes”.
Barreto
indicó que aunque muchas culturas sostienen una visión del indígena en aspectos
exógenos, “sin trascender meramente lo
objetual” la obra de Antolínez se encuentra absorbida “por una pasión lúcida” que rechaza toda actitud
prepotente y objetual, precisamente lo que otorga al autor “un carácter de perdurabilidad que lo salva de cierta efímera
actualidad que va de una literatura anecdotista hasta aquella ciencia
antropológica que muchas veces no pasa más allá de las demarcaciones del manual
y de la estrechez académica”.
Aquí
surge un aspecto inocultable por su condición de realismo pertinente, y es que
muchos coterráneos desconocen el inmenso valor de Antolínez como autor
yaracuyano y el aporte que le dio, no sólo a las letras de la región, sino a
Venezuela y al Continente Americano, aunque hay un hecho que llama
poderosamente la atención, y es que aún a esta fecha mucho de su material
bibliográfico se encuentra en el olvido,“asombrosamente obviados, ignorados,
menospreciados o deliberadamente puestos a un lado”, despreciando el
invalorable aporte a las letras americanas de este gran autor yaracuyano, por
lo que desde las páginas de Bitácora del Cronista de San Felipe,hacemos un llamado a la reflexión, hacia el rescate y
profundización del estudio de sus obras, sobre todo por la gratificación que
nos ofrece el conocimiento de los personajes de mayor relevancia en el Yaracuy
del siglo pasado y principios del antepasado regional tal como lo ilustra en su
libro “Retratos y Figuras”, (1997) donde describe en prosas del alma, la vida de aquilatados
personajes del San Felipe que ya no será: Leonor Bernabó, Federico Quiroz,
Ramón Urbano, Elisio Jiménez Sierra, Pálmenes Yarza y Manuel Rodríguez
Cárdenas, todos coterráneos de su generación, sin menospreciar el hecho cierto
de la gran cantidad de vecinos, escritores, autores, artistas, profesionales,
en fin, mujeres y hombres cuyo valioso aporte reconocemos por la inestimable
contribución enriquecedora de nuestro patrimonio cultural.
Hacia
el rescate del acervo cultural yaracuyano
So
pena de pecar de insolentes, casi se podría asegurar que muchos desconocen la
vida y obra de estos paisanos de nacimiento y corazón, y es aquí donde entra la
figura (¿?) de alguna entidad que ofrezca sus servicios que permitan la
reedición de las obras de nuestro coterráneo, o por lo menos reactivar la “Casa
de las letras Gilberto Antolínez”, que en alguna ocasión auspiciara la
Secretaría de Cultura de la Gobernación del estado Yaracuy, como un medio para
apoyar en sumo grado la labor tesonera de Orlando Barreto, Freddy Castillo
Castellanos, William Ojeda, José Luis Ochoa, Lázaro Álvarez, Domingo Aponte
Barrios, Jorge Melo, Horacio Elorza y tantos vecinos empeñados en hacer
justicia al auténtico sentido de la yaracuyanidad, a cuyo cordón umbilical me
encuentro unido invariablemente para apuntalar el desarrollo de las raíces de
nuestra cultura regional.
En
el libro “El agujero de la serpiente”, con su palpitante, oficiosa y erudita
narración prosística resume, podría decirse, el choque de las evoluciones
indígenas con acentos de racionalidad ante el irreconciliable conocimiento de
su mundo. Orlando Barreto y su equipo en el CETA hicieron un excelente trabajo
al recopilar tan importante tributo al estudio de las etnias americanas, que
Antolínez dibujó con admirable sencillez revelando las tradiciones, costumbres,
oscurantismo, mitos y leyendas de ese mundo inolvidable destinado a
desaparecer, rescatados para el enamorado de las letras en esas páginas de
grata lectura.
Mensaje
a los maestros de escuela
En
1946 escribió Landínez: “La leyenda es un símbolo de la fusión de lenguas, de sangres, de
culturas sobre nuestro anchuroso suelo. Y tiene una dimensión pedagógica que no
debe ser desperdiciada. Siempre sueño que nuestra leyenda caiga en manos de los
maestros de escuela.”
Sabia
reflexión la del maestro, y si alguna vez nos topamos en la fascinación de la
lectura de hechos cosmogónicos, sobre todo por las explicaciones que los
hombres se han inventado respecto al origen de las cosas del mundo, en este
particular es importante destacar que Yaracuy y Venezuela tienen un manto de
leyendas inocultables que deberían ser sacadas del ostracismo con el afán de
mantenerlas tan vivas como pervive el mito férvido de María Lionza,
comprometidos como deberíamos estar con la misión de apoyar el desarrollo de
los pueblos y la sostenibilidad de sus valores culturales. La reflexión nos
involucra a todos. Aún es tiempo.
Nuestro
pasado nos debe interesar intensamente
Gilberto
Antolínez fue un ser solitario, culto, meditabundo; poeta al fin, sumergido en
un mundo de apreciaciones culturales, arañando papeles con signos del pasado y
presente. La realidad es que Antolínez preservó el recuerdo indígena de los
pueblos que quizás nacieron para el olvido, en el entendido de que nuestro
pasado nos debe interesar intensamente, pues, como cita de Cicerón el
historiador Martín Rubio: “Si ignoras lo que ocurrió antes de que tú nacieras, siempre serás
un niño”.
A
nuestro Antolínez indigenista, escritor, amante de la sencillez y de las
letras, hoy rendimos un justo homenaje, no con flores que se marchitan, ni
comentarios fatuos que rápidamente devorará la brisa, sino con la admiración de
un pueblo que honra al paisano que, aunque ausente, pervive en el alma de los
poetas; el tiempo se ha encargado de devolverle el reconocimiento y la
admiración de sus conciudadanos, sobre todo del pueblo yaracuyano que agradece
y honra su ejemplo.
Gilberto
Antolínez, anciano y abrigado de soledad y recuerdos, falleció el 5 de mayo de
1998 a la edad de 90 años, en Caracas en su residencia de la urbanización
Carlos Delgado Chalboud, en la vereda 63 de Coche. Sólo sucumbió su cuerpo,
pues su memoria sigue intacta en el corazón de sus coterráneos.
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