Entre el 23 y 24 de septiembre
los estados Falcón y Lara se funden en una danza sincrética para invocar y o agradecer
las buenas cosechas y la generosidad de la tierra y de los espíritus.
Dicha celebración combina la
presencia de los pueblos aborígenes ayamanes y jirajaras, de los poblados
limítrofes de Mapararí (sur del estado Falcón) y Moroturo (norte del estado
Lara), con la catolicidad fundacional de nuestros pueblos mestizos. A pesar de
llamar a estas actividades sincréticas y enmarcadas en el catolicismo, pues
coinciden con la festividad de la Virgen de las Mercedes, al menos en Moroturo
ésta “acción de gracias” se realiza en honor a la Reina María Lionza, deidad
aborigen que se mantiene hoy día en la religiosidad popular venezolana.
En principio, hay que
diferenciar entre dos tipos de baile de las Turas: las turas de Mapararí y
Moroturo, las cuales tienen sutiles diferencias: Las turas de Falcón se
inclinan por danzas de cacería, mientras que las de Lara, en el cerro de
Moroturo (sector de Siquisique, capital del municipio Urdaneta), “poseen las
características de una danza de cosecha ya que se baila dando acción de gracias
por los beneficios obtenidos en los cultivos, especialmente el maíz, y la
abundancia de agua recibida en el transcurso del año”.
Fotografías de César Escalona
Reproducimos a continuación un material que resume esta festividad ancestral que sigue en el corazón de nuestro pueblo.
Apuntes sobre Las Turas
Lectura del capítulo “Tres vertientes de Las Turas registradas entre 1990 y 1995”, del libro de Natividad Barroso García, Cuatro ensayos desde los crepúsculos, 2004, Caracas: Monte Ávila Editores Latinoamericana, C.A., pp. 145-161
Dice la autora que hay lugares
en los estados Lara y Falcón donde se efectúan varios tipos de turas con sus
variantes, según la ocasión y el motivo. Las Turas no es un simple baile, sino
un rito mágico, una danza convocatoria espiritual. El término “tura” tiene
varias acepciones: maíz tierno o mazorca de maíz tierno; instrumento musical
hecho con carrizo o guasdua (a ese carrizo también se le llama tura), “tura
hembra” y “tura macho”; danza ritual: “Baile de las turas”. Según la autora, se
cree que antes de la llegada de los españoles había en el territorio del actual
estado Lara un río caudaloso llamado “Tura” que desembocaba en el mar Caribe,
cerca de Coro, en el lugar denominado Boca de Tura. En el Mare-mare del oriente
del país hay una estrofa que hace referencia al baile de las turas:
Cuando murió Mare-mare
los
indios bailaron tura
y después que lo bailaron
les pegó la calentura
En su libro, Natividad Barroso
cita un texto de Alfredo Jahn1 donde hace una descripción del baile de las
turas. De allí extraemos algunas notas. Dice que se celebra en los meses de
julio o agosto, época cuando el maíz está jojoto, tierno. Jahn habla del
instrumento musical que da el nombre, de la preparación de la chicha de maíz
previa al baile, de la organización de la fiesta por parte del cacique, del uso
por parte de los hombres de una cuerda gruesa (hilos de algodón torcidos y
encerados) colocada en la cabeza, de un metro y medio de largo, las mujeres
llevan en la cabeza una corona de bejucos de caraotas, batatas y otros productos
agrícolas. Luego Jahn describe las partes del baile:
Los hombres solos, a veces
alternando con mujeres, forman un círculo, apoyando las manos sobre los hombros
de sus vecinos. El centro de este círculo lo ocupan los dos tañedores de turas
y el indio que hace de ciervo o venado, quien soplando por el agujero occipital
dentro de un cráneo con carameras que sostiene con ambas manos delante de sí, e
imitando los mugidos del ciervo salta sobre los bailadores amenazándoles con la
cornamenta y tratando aparentemente de forzar el paso. Entre tanto los
bailadores cantan y cierran sus filas para impedir la huida del furioso animal,
balanceándose al compás de las notas arrancadas a las turas. (p.149)
Según algunos investigadores2
, son los indios ayamanes los más frecuentes practicantes del rito y con el
transcurrir del tiempo los otros indios de la zona de Mapararí, estado Falcón,
como los ajaguas, caquetíos, cuibas, gayones y jirajaras, se mezclaron entre
sí. Los practicantes actuales del rito se consideran a sí mismos como ayamanes
o descendientes de ellos.
Según Domínguez, en Mapararí
se bailan dos tipos de turas, la pequeña, practicada en áreas campesinas, a la
vista del público y transcurre durante dos días aproximadamente; y la grande,
en las zonas montañosas, entre los parientes de los ayamanes. La pequeña la
resume de la siguiente manera:
Limpieza del patio;
construcción del palacio; ofrendas simbólicas; elecciones de mayordomos,
ayudantes, reinas y músicos; denominaciones de los tonos musicales;
instrumentos musicales; simbolismos de los movimientos danzarios practicados
por hombres y mujeres; realizaciones de cortesías, ante el santo patrono (dueño
del patio, en el reino de las ofrendas simbólicas del palacio, en el encuentro
de los tureros invitados); botada de la basura; árbol de la basura; zumbado de
los inviernos (bautizo o brindis de chicha de maíz al árbol de la basura);
comida ritual delante de este árbol; repartición de las hojas verdes por los
mayordomos y ayudantes; repartición de vainitas de caraotas sementales por la
reina a los tureros agricultores; talismanes de lochas y medios; alumbrado del
espíritu del árbol de la basura. Todos los acontecimientos integran, sin duda,
un rito de carácter esotérico, ya que aquellos indígenas lo realizan en
presencia de otras personas ajenas a sus creencias y costumbres tradicionales y
no tienen nada de misterioso ni de secreto, más bien lo que contiene es un
carácter simbólico fácilmente traducible a conocimiento común. (…) La Tura
pequeña se celebra una sola vez en poblado cuando los ejecutores han obtenido
una buena cosecha y durante los meses de septiembre y octubre, celebración ésta
que se hace por invitación expresa de algún dueño de patio con el objeto de que
los tureros tomen parte en determinadas fiestas patronales y cuyos gastos
corren por cuenta de dicho personaje. (pp. 154-155)
La tura grande, Domínguez la
resume así:
(…) escogencia por parte
del Capataz Mayor de los sitios en donde deben encontrarse el Árbol-Palalcio,
el Árbol de la Basura y el lugar en que tienen que practicarse los actos de La
llora; ofrendas simbólicas de productos vegetales y piezas de cacerías;
participación de siete capataces, siete mayordomos, siete ayudantes, siete
grupos de danzantes; instrumentos musicales confeccionados con cachos de
matacán y de venado, flautas de carrizo o guasdas y maracas agujereadas;
simbolismos de los movimientos de la caza; cortesías y encuentros de los grupos
de tureros que deben participar en las ceremonias rituales; botada de la
basura; árbol de la basura, brindis de agua o carato de maiz al árbol de la
basura; comida ritual delante de este vegetal y repartición de hojas verde por
los capataces, mayordomos y ayudantes. Como se observa todo esto se lleva a
cabo en forma más diferenciada que en la Tura pequeña o exotérica. (…) La Tura
Grande, es celebrada únicamente por los descendientes de los Ayamán y de los otros
indígeneas antes mencionados, sin que puedan participar en ella otras personas
extrañas, y se efectúa en lugares selváticos especialmente seleccionados para
ello. (…) La Tura Grande, conforme hemos visto en la parte descriptiva de este
estudio, tiene un carácter marcadamente misterioso y secreto, lo cual nos hace
pensar, con mucha seriedad, que se trata de un rito mágico, sólo conocido y
practicado exclusivamente por esos grupos indígenas. (…) Las ceremonias de la
Tura grande las practican aquellos descendientes indígenas en mayo, junio y
julio, época en que los agricultores dan comienzo a la siembra del maíz y, en
septiembre y octubre, cuando las turas o mazorcas de maíz alcanzan su plena
madurez y se efectúa la recolecta de tales frutos. Dichas ceremonias tienen por
significado, en primer caso, rogar a la Madre Naturaleza por la protección de
las sementeras y, en el segundo, tributar pleitesía a los poderes míticos por
haber logrado los celebrantes su objetivo. (pp. 155-157)
Natividad Barroso cita otro
texto de Domínguez donde éste aclara el tipo de rito de las turas y con el cual
ella coincide plenamente. Lo transcribimos a continuación. Las turas son:
...fundamentalmente un rito mágico, toda vez
que en la secuencia de estos actos que integran la Tura Pequeña, la Tura Grande
y La llora, se observa que constituyen un conjunto de hechos referentes a las
creencias, costumbres y tradiciones de la comunidad humana descendientes de los
indígenas Ajaguas, Ayamanes, Cuibas, Gayones o Jirajaras con el fin de afirmar
esas creencias y obtener un beneficio de las mismas, en este caso alcanzar los
favores de la Madre Naturaleza en salud física y mental y en bienes materiales.
(p. 158)
Tres vertientes de las turas
registradas entre 1900 y 1995
La pública anual al margen
de lo cristiano a) Cuando el maíz está jojoto b) Cuando el maíz está “duro” o
completo o maduro. Registradas en el cerro de Moroturo Se celebran de acuerdo
con la recolección de la cosecha. c) “Lloras” Día de los difuntos en noviembre
(aunque con algunos elementos cristianos) Registrada la de niños en El Palmar
de San José, por Pozo Azul, en los alrededores de Moroturo
La pública anual
sincrética (con incorporación de una virgen cristiana) Con la Virgen de Las
Mercedes, la “Virgen de las lluvias”, en la fiesta patronal de Aguada Grande.*
(Como la celebrada y registrada en Mapurarí) Se celebra el 23 de septiembre *Las fiestas patronales de aguada Grande se
celebran en honor a la Virgen del Carmen, el 16 de Julio de cada año. www.municipiourdaneta.com
La de todo el año al
margen de lo cristiano (aunque con algunos elementos cristianos) a) Hay unas
para promesas. Las hacen en sus fincas los “dueños del patio” Hay que hacerlas
durante siete años seguidos. Registrada en Quebrada Amarilla. b) Todos los
fines de semana. Registrada en la quebrada de Casa e Piedra. c) Variantes: “Sones”
(no la tura completa), para peticiones o agradecimientos especiales.
Registradas en Turagual y en El Palmar de San José, por Pozo Azul, en los
alrededores de Moroturo)
Sin registrar (pero con
testimonios orales). Tura oculta, secreta (p.161)
A la que asisten sólo
descendientes de los indígenas. Aunque no participé en ninguna, tuve
conocimiento de ella por comentarios hechos por los tureros informantes entre
sí y por un turero que me informó algunos aspectos. a) Posiblemente dos fijas
anuales: en abril o mayo para invocar por buenas cosechas y agua suficiente y
en septiembre para agradecer por lo recibido. La pública viene siendo una
representación de éstas, con la excepción de la parte de las “lloras” por los
antepasados que sólo se hace en las secretas. b) Otras en cualquier momento en
caso de muerte del capataz mayor; para la elección de los capataces, mayordomos
y reinas de las turas; para ensalmer el manatín; para efectuar el
embariquisamiento y probablemente, para otras necesidades urgentes de la
comunidad de tureros.
Libro Encuentro con el
folklore en Venezuela de Luis Arturo Domínguez, Caracas: Editorial
Cincel-Kapelusz, 1992. Capítulo: Fiestas tradicionales. Fiesta de Nuestra
Señora de Las Mercedes (Mapararí, Estado Falcón, 23 y 24 de septiembre). Págs.
67 y 68
En las fiestas patronales de
la población de Mapararí se practican los actos rituales de la danza de Las
Turas, vivencia de un rito Ayamán. Estos mismos actos rituales se practican en
otras poblaciones del estado Falcón y en el norte del estado Lara. Toda esta región
se conoce como “zona de las turas”. Dice el autor que los tureros son hombres y
mujeres que participan en este rito con un carácter funcional y creyendo que
con esas ceremonias lograrán obtener de la Madre Naturaleza buenas cosechas,
abundante cacería, miel de abejas, productos silvestres, plantas medicinales y
el bienestar colectivo de la comunidad indígena.
“La “banda de músicos” está
conformada por seis personas: dos cacheros mayores,dos cacheros menores y dos
tureros que suenan sus cuernos de matacán, y venado y flautas de carrizo y
guasdua. Cada uno de ellos, al mismo tiempo que sopla su aerófano, sacude con
tembloroso ritmo su correspondiente maraca de taparo. No es raro que por
invitación del “dueño del patio”, intervengan en la danza, varios grupos de
tureros, entonces el número de músicos no está limitado.
El vestuario es sencillo, sin
ropas especiales. Los hombres usan pantalones, camisas, alpargatas o zapatos y
sombreros. La Reina de las Turas, luce un vestido habitual, chinelas de cocuiza
y una corona de cartón pintada de verde y adornada con ramas y vainitas de
caraotas; además lleva un letrero que la identifica: Reina de las Turas. Los
danzantes asisten por invitación de algún dueño de patio. A estos se suman
otros pobladores con el fin de divertirse o como observadores. “La danza de las
turas es colectiva y se compone de dos circunferencias: la que forman la línea
de los seis músicos tureros (interna), que constituyen la primera rueda que
danza alrededor del Palacio o Árbol de la Comida y andan sueltos, y la de los
otros tureros y demás participantes del público presente (externa), que forman
la segunda rueda en torno de los músicos y del palacio quienes, tomándose por
hombros y cintura, se mueven pausadamente siguiendo los mismos vaivenes de los
músicos. Estos giran durante algún tiempo de derecha a izquierda y, al escuchar
la orden de “¡un grito de cazadores!” dada por el Mayordomo-Jefe de Campo,
giran de izquierda a derecha, dando tres pasos hacia adelante y tres pasos
hacia atrás, sin dejar de moverse alrededor del palacio o árbol de la comida”
Libro La cerámica de la luna y
otros estudios folklóricos, de Miguel Acosta Saignes. Caracas: Monte Ávila
Editores, C.A. 1990 (1° edición, 1962)
Al comienzo Acosta Saignes
hace referencia a los autores que han registrado Las Turas: Juan Liscano en
1945 publicó una grabación de la música. Incluida en un álbum editado por el
mismo Liscano y Charles Seeger, Folk Music of the Americas. Album XV. Venezuela
Folk Music. Washington: The Library of Congress, 1949. Liscano también publicó
“Música, Cantos y Danzas del Pueblo Venezolano”, en Venezuela, 1945, p. 485.
(referencias de pié de página del libro). Cita un texto del mismo autor donde
se describe la danza y también cita la opinión del músico Eduardo Lira Espejo,
quien participó en esa investigación, cuando sostiene que “La música no revela
influencia alguna, quizás es la más pura expresión musical indígena que se
conserva en Venezuela”. Continuando con las referencias de autores, Acosta
Saignes transcribe un texto de Lisandro Alvarado, tomado de Datos Etnográficos,
en el cual habla del baile; de Francisco Tamayo, de Luis Arturo Domínguez,
quien presenció la danza en Moroturo, en 1917; de Silva Uzcátegui en la
Enciclopedia larense; de Alfredo Jhan en su descripción de la danza -texto que
ya fue citado por Barroso en líneas anteriores-. Dice Acosta Saignes que se
notan algunas diferencias en las descripciones de las coreografías observadas
por los investigadores anteriores y las que él mismo registró en marzo de 1949.
Además no hay acuerdo acerca de la procedencia exacta: para Liscano el origen
es ayamán-gayón y para Arcaya, jirajara-ayamán, al igual que Oramas, en cambio
Lisandro Alvarado la ubica simplemente como un baile de la región occidental de
Venezuela. (p.75-78)
Posteriormente el autor revisa
cuestiones generales apoyado en documentos del pasado colonial e
investigaciones posteriores, particularmente en los estudios del folklore como
rama de las ciencias antropológicas, el cual se vincula con la dinámica social,
la historia de las transculturaciones y los procesos de asimilación y origen de
rasgos culturales. (p.78-82) En lo observado por Acosta Saignes en Aguada
Grande, en marzo de 1949, se nota la lectura del “Reglamento” -un escrito
extenso-, hecha por el “Cacique”, quien lleva colgado en la muñeca un látigo
con varios nudos. Luego éste se coloca en el centro del solar donde se realiza
la ceremonia y junto a él comienzan los músicos a tocar las turas, los cachos y
las maracas y se forma un gran círculo de danzantes integrado por hombres y
mujeres sin ningún orden, con los brazos extendidos, colocadas las manos en los
hombros de uno y en la cintura del otro (en posición de sigma). El círculo gira
al ritmo de la música, en sentido contrario a las agujas del reloj, haciendo
ondulaciones. “Era como una serpiente, que mordiéndose la cola, se moviese
constantemente. La ondulación se hacía a favor de cierto vaivén que imprimían
los danzantes al cuerpo y se volvía colectivo, por la forma de enlazarse”. El
ritmo es de zapateo un poco arrastrado. Luego los músicos comienzan a moverse,
realizando figuras distintas imitando una persecución, como si fuera una escena
de caza: los cuernos de venado adelante, luego las maracas y cruzándose entre
ello los tocadores de turas, como si fuera el silbido del viento. La danza
continuó toda la noche hasta el amanecer. En la mañana, después de soplar las
turas por el pueblo, volvieron a danzar con menos personas. Esta vez dos
mayordomos tocaron las maracas en la ceremonia que actualmente se llama
“cortesía”, “reverencia”, pero en el pasado debieron ser exorcismos e
invocaciones. (p.82-86)
Acerca del contenido general
del “Reglamento”, el autor cita a Liscano cuando dice:
En la redacción de este
documento intervinieron, sin duda alguna, el Jefe Civil, el cura del pueblo y
el patrón. Junto a indicaciones de carácter deliciosamente espontáneo, junto a
un acento de entrañable y conmovedora sencillez en el que alienta el espíritu
de la tradición, se observan promesas de fe religiosa que parecen emanadas del
catecismo, conceptos oficiosos de respeto a las autoridades civiles y sobre
todo, manifestaciones que benefician notablemente los intereses del
latifundio...
El documento que analiza
Acosta Saignes, editado en 1890, en la imprenta El Comercio de Coro, fue
redactado -afirma el autor- por mandones y literatos regionales, donde se
incorpora un cuerpo de regulaciones como seguramente fueron estos parlamentos
en el pasado en las danzas indígenas del área del Caribe. En los primeros
párrafos se alaba “la raza americana”. “Queda reconocido por nosotros
-establece- porque así lo creemos, que el baile de las turas trae su origen de
los indios... tenemos orgullo de pertenecer por abolengo a esta noble raza, y
no a la africana, que indebidamente fue introducida a la América por los
conquistadores europeos...” Luego dice que es una ceremonia político-religiosa
para elegir capataces y obtener buenas cosechas. Lo cual, según Acosta Saignes,
podría significar la elección de antiguos funcionarios indígenas. En el título
segundo se hace un breve recuento de la historia de la danza, remontándose a la
fecha de 1814 y se recomienda el ejemplo de sus sistemas democráticos en la
elección de funcionarios. Dice el Reglamento: “...sepan que en una República
como es la de Venezuela, es la voluntad popular la que hace todos los
gobernantes y no la de un solo hombre; y que el Gobierno que surja legalmente,
por la voluntad del pueblo, ese mismo pueblo debe respetarlo...” (p. 88-89).
En el capítulo tercero se
establecen dos clases de tura: la llamada “chiquita” y la “grande” y se pautan
las reglas de la organización presidida por el “capataz”, que en 1949 se le
llama “Cacique”. En el título cuarto se recomienda reiteradamente el “orden”
posiblemente relacionado con la abstinencia de bebidas alcohólicas, aunque
varios autores han registrado el consumo muchas bebidas alcohólicas, de chicha
y aguardiente. Los mayordomos están integrados por cuatro hombres y cuatro
mujeres. En el Reglamento de 1814 el capataz ejercía la autoridad con el
símbolo de unas maracas en la mano; en 1949 el “Cacique” solo tiene un látigo
anudado. Cada mayordomo exigía a varios de sus dirigidos, llamados “cazadores”
que presenten caza, pesca y artículos de recolección, como miel. Dice el autor:
Una de las atribuciones de
los mayordomos era la de conseguir el “bariquí” y “embariquizarse”, es decir, pintarse.
El término se conserva entre los danzantes de “Las Turas” y, según se nos dijo,
cuando realizan las ceremonias en los campos, usan para cubrirse, todavía,
pieles de animales y se tiznan. Cuando salen a danzar en algún pueblo, solo
algunos pocos adornos de los acostumbrados conservan, como las plumas que usó
el “Cacique” durante el baile en Aguada Grande.
La danza de “Las Turas” es la
supervivencia de un rito agrario, de una danza de fecundidad, conservada con
fidelidad, tal como lo observó el autor en aquel año. Señala la importancia
simbólica de la posición de sigma en el entrecruzamiento de los brazos de los
bailadores, que según otros investigadores se da en otros bailes del Caribe,
como el Maremare y que tiene que ver con su simbología eólica. Otra simbología
es la ondulación en serpentina del círculo giratorio de danzantes, lo cual
muchos pueblos han relacionado a la serpiente con la fecundidad y con la
tierra. Esta danza dedicada a obtener fertilidad imita el movimiento de la
serpiente al reptar.
Cruz
Barceló, 2 de octubre de 2015
Fuente
IPC
1
JAHN, Alfredo (1973). Los aborígenes en el occidente de Venezuela, Caraca:
Monte Ávila Editores, citado por Barroso García, pp. 148-150
2
DOMÍNGUEZ, Luis Arturo (1984). Vivencia de un rito ayamán en las turas.
Caracas: Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia, citado por Barroso
García, pp. 152 y153
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