María Lionza: un mito vivo del estado Yaracuy. Apuntes para su estudio simbólico
Por:
José Antonio Romero Corzo
docente
de la UNEY
1.- Deslinde etimológico del término
Mito.
El vocablo mito procede de la
raíz indoeuropea meudh o mudh cuyo significado es un acto de habla
formulado; es decir, una narración, un reflexionar, un pensar acerca de, o un
considerar algo o a alguien. De esa raíz proviene el vocablo latino mutus que
indica estar callado o callarse. Esta acepción apunta que -en las sociedades
tradicionales cuando un candidato a la iniciación en los saberes ancestrales de
la comunidad pasaba por un proceso iniciático, para incorporarse a la vida
adulta en el grupo, etnia, clan o tribu-, el silencio ante la revelación de los
secretos dada a este en los ritos de iniciación por los ancianos, sacerdotes o
chamanes, era una condición de muy estricta y rigurosa observancia. Dichos
rituales arcaicos favorecían el tránsito del estado de ignorancia e inmadurez a
la edad espiritual del adulto, permitiéndole al iniciado su completa
incorporación en la comunidad.
La palabra mythos ofrece, en el
uso proporcionado por los griegos, una diversidad de significaciones tales como
palabra, discurso, conversación, proverbio, narración, cuento, relato… En La
Ilíada y La Odisea este vocablo da entender, entre otras cosas, que
se trata de una alocución, arenga o sermón de un anciano venerable en la que se
exalta el ánimo de los guerreros mediante la remembranza de las virtudes,
hazañas y proezas de los antiguos héroes o semidioses. Homero también emplea el
término mithoisi para señalar que alguien tenía destacadas y
sobresalientes habilidades verbales, refiriéndose, claro está, a los habladores
facundos y elocuentes, en contraposición a los hacedores de obras.
En tal sentido el Profesor Cristóbal
Acevedo en su libro Mito y conocimiento (1993), señala que el término mito
es afín, ya desde Homero, a la retórica y a la elocuencia, en lo
concerniente al,
saber usar las justas palabras en el
momento preciso, el empleo astuto de las diversas modalidades del discurso y la
capacidad de utilizar un repertorio de historias precedentes que conceden al
orador la autoridad de un pretérito consagrado; es decir, el que sabe utilizar
en sus parlamentos la autorizada riqueza de las tradiciones mediante la
evocación narrativa de los sucesos memorables del pasado (Acevedo, 1993:40)
Platón, por su parte, circunscribe el
término y sus múltiples significados en el campo de la poíesis- o hacer
creativo-; o, más aún, lo clasifica como un género poiético, cuyo
material está constituido por relatos en torno a los dioses, semidioses, héroes
y seres que habitan en el inframundo, tal como lo señala el Profesor Bernardo
E. Flores en su libro Tras la huella del mito (Flores, 2002:43-44)
Ahora bien, el mito es un relato
anónimo, por cuanto carece de un sujeto autorial; lo cual indica que se trata
un texto oral, iconográfico y gestual surgido en el seno de la comunidad que lo
produce, siendo narrado generación tras generación a todo lo largo del trayecto
histórico, social y cultural de la misma. En tal sentido, el mito surge y
adquiere su paradójica naturaleza en el contexto existencial de las
comunidades, constituyéndose asimismo en el más propio transcurrir vital y
dinamizador de una comunidad.
Ya Gilberto Antolínez indicaba con toda
propiedad que, en la formulación de todo mito, lo que está en juego es, nada
menos que el destino del ser humano, y que el mito como ámbito originario del
inconciente colectivo es, como este, la zona más profunda del ser, donde duermen
los arquetipos eternos, o sea, esas formas mentales preñadas de pavorosa
emotividad, con su misterioso poder obsesionante, mántico y noético. El
mito, vendría a ser, entonces, un complejo conjunto de símbolos constelados de
sentidos, en sí mismos entidades autárquicas, inexorables ante el probable
destino que puedan desencadenar por su presencia en el sujeto sometido a su
tremebundo poder fertilizante. Los símbolos presentes en los mitos son
verdaderos cosmos, que viven para nosotros y se desgajan de pronto de la
Conciencia Universal para marcarnos un Sendero que nunca sospechamos. Antolínez
(2006)
2.- María Lionza: un mito viviente del
Yaracuy
Quizás, para la gente que como yo creció
y fue educada en este hermoso valle de San Cristóbal, al cobijo de las verdes
colinas del Táchira y del suave soplo de las brisas del Torbes en las noches y
mañanas neblinosas y frescas, o en las caliginosas tardes estivales, el mito de
María Lionza resulta una referencia exótica y lejana; a pesar de haber surgido
a una distancia relativamente cercana, e incluso, a pesar de haberse extendido
en las representaciones, ideas, creencias y prácticas mágico-religiosas de un
importante sector del pueblo venezolano. Digo quizás, porque, como en mi caso
particular, antes de interesarme por las tradiciones americanas de raigambre
aborigen, fui catequizado en los dogmas universales de la religión cristiana.
Probablemente muchos de ustedes -al igual que yo lo hacía antes de trasladarme
a ejercer la docencia en la Universidad del Yaracuy- vean a María Lionza y lo
concerniente a sus ritos, como algo ajeno y extraño. O tal vez, como algo
enigmático, misterioso y pintoresco. O, quizá aún, como algo negativo y
desdeñable…
Mi intención, sin embargo, y pese a la
percepción a priori que alguien en este auditorio pudiese tener, no es
la de hacer una apologética proselitista de la Diosa yaracuyana o de su culto;
ni menos aún inducirles sagazmente, mediante estrategias y tácticas
retórico-discursivas a su veneración devota; por cuanto me guía en esta disertación
el interés estrictamente académico de compartir con ustedes mis reflexiones
acerca del estudio del mito, el cual he venido haciendo desde hace siete años.
Y hago esta salvedad, pues resulta siempre apropiado y pertinente aclarar ante
un auditorio conformado en su mayoría por estudiantes universitarios que el
estudio de un mito no conduce forzosamente a la práctica de los ritos
entretejidos a su alrededor.
El mito de María Lionza es, como la ha
indicado con insistencia el poeta Santos López, “un mito vivo”. No se trata
aquí del estudio de un relato fosilizado, aunque toda consideración de índole
académica tenga, en cierto modo, una vocación taxidermista, ciertamente
inevitable. Y como es bien sabido, con esta antigua técnica se procura preservar
con apariencia de vida a los cadáveres. Sin embargo, procuraré en todo lo
posible no diseccionar el mito del modo acostumbrado por los abordajes
sistémicos, sino más al modo de un recuento de los símbolos y arquetipos
configuradores de su trama.
Del mito de María Lionza ustedes pueden
conseguir varias versiones, todas diferentes y hasta muy disímiles, como es
natural en este tipo de relatos. Sin embargo todas ellas preservan algunos
aspectos en común. Entre ellas es de ineludible importancia la que narra Gilberto
Antolínez, por ser un yaracuyano que dedicó toda su vida a descifrar los
códigos simbólicos de sus matrices culturales indígenas, africanas e
hispánicas. Antolínez relata que durante una fiesta de fin de la cosecha los
indígenas Jirajara-Nívar, antiguos pobladores del centro-occidente venezolano,
recibieron de su Gran Piache la siguiente premonición fatídica: nacerá del
linaje de caciques una niña de ojos verdes como las aguas de la laguna sagrada
y el día que ella llegue a contemplar su rostro sobrevendrá una catástrofe para
el pueblo, pues será destruido por una terrible inundación… La pavura se
apoderó de todo el pueblo. Siempre que ocurría un nacimiento en la aldea los
piaches y los caciques constataban que no fuese una niña de ojos verdes, pues
temían el fatídico cumplimiento del augurio. Con el correr del tiempo nada de
lo predicho por aquel anciano se había cumplido. Transcurridos muchos años y un
poco antes de la llegada de los españoles, el cacique y su pueblo ya casi
habían olvidado la siniestra profecía… Pero, un día, la esposa del cacique dio
a luz a una hermosa niña de cabellos negros como la noche más oscura, y de
fulgurantes ojos verdes como las esplendorosas aguas de la laguna. Para evitar
el cumplimiento del fatal designio, encerraron a la indiecita en una choza,
bajo la custodia de veintidós guerreros que serían sus guardianes permanentes,
debido a que algunos en la tribu querían sacrificar a la recién nacida, a lo
que el jefe se opuso, siendo esta la causa de disensión en su pueblo… Sin
embargo, un día, cuando la niña hubo llegado a la edad núbil, la enorme
serpiente que habitaba en la laguna y a la que sacrificaban una doncella
anualmente, con el vaho sutil de su resuello, provocó un sueño profundo en
todos los guardianes… Percatada la joven princesa de esto, no lo pensó dos
veces para salir a tientas de su encierro, dirigiendo sus pasos titubeantes
hacia la laguna sagrada. Impulsada por el mágico hechizo irresistible y
atrayente de sus aguas fue a sentarse en sus soleadas orillas… un extraño
silencio se produjo en todo el lugar cuando la princesa estuvo frente aquél
enorme espejo líquido formado por aquellas quietas y misteriosas aguas… sus
bellos ojos verdes permanecieron mirando absortos un par de abismos profundos
por donde se asomaba el Misterio del Otro Mundo, de los Dioses subterráneos y
de los Muertos que se abrían desde el agua ante su aterrorizada vista, y, para
su inenarrable asombro, se iban convirtiendo, lentamente, en dos extraños,
oscuros e insondables remolinos que perturbaban, cada vez con la más
escalofriante y pavorosa intensidad, la serena paz de aquellas aguas… Se
trataba de la enorme serpiente anaconda, Dueño del Agua que, enterada de la
presencia de la muchacha en sus dominios, emergía desde las entrañas más recónditas
de aquella enigmática laguna, alzando su temible cabeza frente al rostro
atónito que la contemplaba subyugado por su poderosa influencia; pues no
debemos olvidar que fue este monstruo el que atrajo a la joven princesa
indígena hasta allí, después de inducir el sueño a sus veintidós guardianes…
Luego de dar un grito que se oyó hasta en los últimos confines de la Sierra de
Nívar, la joven se sumerge en el agua… La temible y fatal profecía llegaba así
a su más perfecto e inexorable cumplimiento: la serpiente súbitamente se fue
hinchando hasta alcanzar mil veces su tamaño ante los ojos atónitos de los
veintidós guardianes que al oír el grito de la joven corrieron presurosos a
buscarla.. y cuando ya el agigantamiento de la temible anaconda tocó el límite de
la tensión que la elástica y flexible piel de una serpiente, por muy enorme que
esta sea, pueda resistir, estalló… la onda expansiva que produjo aquel
descomunal estallido la serpiente, así como el sinuoso y agitado batir de su
cola en las aguas, hizo que una ola de incalculable inmensidad se alzara con el
más tétrico furor alcanzado entonces por las aguas, arrasando el poblado de los
Nívar, con la más terrible inundación que la memoria de los habitantes de esas
tierras del centro-occidente venezolano haya podido recordar. La serpiente
exánime quedó tendida con la cola en Sorte, cerca de Chivacoa y la horrible
cabeza en Tacarigua donde hoy se encuentra el altar mayor de la catedral de
Valencia.
3.- Interpretación simbólica del mito
Como lo ha destacado Mircea Eliade en su
hoy clásico Tratado de historia de las religiones, mujer-agua-serpiente-tierra-luna
constituyen matrices simbólicas subyacentes en todos los mitos que proceden de
antiguas sociedades matriarcales. Gilberto Antolínez, por su parte, en su estudio
del mito de María Lionza señala estas constantes simbólicas de lo femenino para
dilucidar el sentido oculto en el relato re-creado en la presente versión. Lo
femenino aparece aquí como una forma de representación simbólica de la
naturaleza en el pensamiento mágico-religioso venezolano. Según las formas del
pensamiento mítico el universo se halla regido por un conjunto de fuerzas o
energías pertenecientes al orden de lo sagrado, y de acuerdo a ese orden
existen y coexisten todas las cosas (seres humanos, plantas, animales y
minerales, así como todos los cuerpos celestes) en relación a la polaridad,
principio o fundamento femenino/masculino de la naturaleza.
Si bien, el mito surge en un contexto
claramente determinado y configura la base sobre la que se fundamenta la
cultura de la comunidad que lo produce, conformando su identidad y
diferenciación frente a otras sociedades y culturas, el relato precedente no es
más sino la expresión de un imaginario primitivo y arcaico común a toda la
humanidad. Diríamos, siguiendo a Carl Gustav Jung, que se trata de una
narración reveladora de nuestro inconsciente colectivo, sin importar su
procedencia geográfica, histórica o sociocultural, por tratarse de algo
concerniente al ámbito psíquico nocturno de nuestra especie.
En efecto, una
interpretación del mito de María Lionza, orientada según esta perspectiva, nos
permite apreciar el trasfondo nocturno del psiquismo humano plasmado en forma
de relato como el que aquí estamos descifrando. La doncella indígena sería una
representación simbólica del ánima humana, del ámbito femenino de nuestra alma
más profunda, más prístina y originaria sin importar si nuestro sexo es
masculino o femenino; pues, desde tiempos inmemoriales, la humanidad intuyó la
poderosa influencia de lo femenino en sí misma y en la naturaleza. La presencia
e influencia de lo femenino fue comprendida a través de narraciones fabulosas
como la que estamos descifrando hoy a partir de sus símbolos.
Como lo ha señalado el filósofo francés
Michel Focucault en su obra Las palabras y las cosas, la episteme o
paradigma del pensar premoderno está regido y signado por la analogía, y la
misma constituye el imperio del sentido de la realidad configurado a partir de
lo mito-simbólico. El pensamiento mágico-religioso es, en consecuencia, el
dominio por excelencia del fabuloso reino de la analogía, en el cual el mito es
su territorio más propio.
Según ese paradigma epistémico, existe
una interrelación de todos los fenómenos de la naturaleza asociados en el
pensamiento premoderno por una serie variada de semejanzas que los vinculan a
todos entre sí.
La analogía es, así, fundamento
epistémico del mito y del símbolo, pues se trata de una cosmovisión comprensiva
del ser y de lo real. En el Mito de María Lionza podemos apreciar cómo el
ámbito femenino del ser y de la realidad se revelan como imágenes del mundo
natural y del ser humano. Lo femenino de la naturaleza es comprendido como lo
que de semejante hay en ella respecto a la mujer y viceversa, de acuerdo con
las creencias, imágenes y representaciones que respecto a esto se hacían los
pueblos aborígenes del centro-occidente venezolano, al igual que otros pueblos
en otros rincones del planeta. Así, en el relato que ustedes acaban de leer, la
mujer y la naturaleza son vistas como entes saturados de sentido. La mujer y la
naturaleza debido a su carácter sagrado, esto es, debido a ser consideradas
como algo venerable y terrible al mismo tiempo, ofrecen, en la cosmovisión aborigen,
unas connotaciones ambiguas, paradójicas y contradictorias, como les es propio
al mito y al símbolo.
La naturaleza, como la mujer, puede ser
portadora de las más horrendas calamidades, pero también puede ejercer las más
propicias y benéficas influencias. Es aquí donde el símbolo de lo femenino
reúne el sentido más paradójico, ambiguo y contradictorio. Aunque, en realidad
este es el modo de ser que hace del símbolo lo que él es.
Entre los aborígenes jirajara-nívar al
igual que otros pueblos y culturas del mundo, el género, así como sus roles
correspondientes, está determinado por una marcada diferenciación, en lo que
podríamos denominar como la construcción cultural de los sujetos masculino y
femenino. En lo que respecta al género femenino se le adjudicaban cualidades
tales como pasividad, receptividad, estabilidad, fecundidad, en tanto que al
masculino se le atribuían cualidades como dinamismo, ímpetu, movilidad e
impulso fertilizador. El espacio de desenvolvimiento de dichas cualidades para
la mujer era el ámbito familiar, íntimo y doméstico o en, la naturaleza, los
ríos, fuentes y bosques, mientras para el hombre era el afuera donde ejercía
sus funciones de cazador, guerrero o cacique, pero también asociados a la misma
naturaleza aunque en su expresión masculina. En el mito podemos ver ciertos
rasgos de esta división primitiva derivada de las condicionantes genéricas
masculino-femenina: un hombre es quien anuncia el nacimiento de una niña que
traerá la desgracia al pueblo; cuando ella nace es confinada en una choza bajo
la custodia de veintidós guerreros; su padre, el Cacique de la tribu Nívar no
permitió su sacrificio en los días cercanos a su nacimiento. Legada a la
adolescencia es atraída por la anaconda de la laguna sagrada donde la doncella
desaparece al arrojarse al fondo las aguas.
Sin embargo, en la lectura del mito
resulta para nosotros algo muy curioso e inquietante el temor que tenían los
hombres del advenimiento de alguien, quien además de ostentar el sexo femenino
también portara la fatídica señal de unos hermosos ojos verdes, como la piel de
la serpiente de las aguas. Aquellos ojos verdes constituían el símbolo de algo
cuyo poder e influencia resultaban de una condición sobrenatural, la cual le
otorgaba a su poseedora unos poderes de procedencia sagrada que, como ya
indicamos, era algo considerado digno de reverencia al tiempo que despertaba un
gran pavor.
No se trataba del advenimiento de una
hija más en el clan del cacique de los Nívar. Antes bien, se trataba del
nacimiento de una doncella indígena que por provenir de un linaje divino como
el de su padre debía recibir un trato, por demás, especial desde el mismo
instante de su nacimiento. Tanto más si se trataba de un ser dotado de
cualidades excepcionales y, por ende, numinosas, como era su caso particular.
En todos los mitos referidos al
advenimiento de un ser divino, las señales de su nacimiento, así como las
extrañas circunstancias en que este ocurre son siempre elementos significadores
de su procedencia y actuación sagrada. En el mito de María Lionza encontramos
esa señal en el signo inconfundible de sus verdes ojos, en el tabú que
prescribía el no ver jamás su propia imagen reflejada en ninguna superficie
pulida o brillante o espejeante, y en el confinamiento al que es sometida, por
todo ello, en la choza bajo la custodia de los veintidós guerreros.
Como lo señala Antolínez (2006)
partiendo de sus lecturas de La rama dorada de James George Frazer, en
muchas culturas está prohibido contemplarse a sí mismo en un espejo, por cuanto
es de común creencia que cuando la imagen de una persona se refleja, la
superficie donde esto ocurre, en realidad lo que está es absorbiéndole la
sustancia vital. Así, el objeto o lugar donde se produce el reflejo tiene como
uno de sus principales atributos el ser un umbral, un lugar limítrofe entre el
aquí y el más allá, una puerta de entrada al mundo de los muertos, de la
procreación y de las sementeras. Una entrada al inframundo; es decir, un acceso
a lo más recóndito de nuestra propia psiquis.
En el mito de María Lionza estudiado
aquí desde la perspectiva simbólica encontramos que laguna es ese espacio
limítrofe entre el mundo de los vivos y de los muertos, constituyéndose en un
umbral poderoso custodiado por el Genio de las Aguas, la serpiente anaconda que
lo habita. La laguna como la serpiente son símbolos de la sacralidad femenina
de la naturaleza. La laguna representa el líquido amniótico formado en el
interior de la placenta que alberga los más misteriosos poderes de la
procreación, el nacimiento y la muerte; en tanto que la serpiente representa
específicamente la energía sexual tanto del hombre como de la mujer que al
mismo tiempo puede perpetuar la existencia, y, no obstante, debido a su enorme
poder puede resultar funesta y devastadora.
La laguna representa, igualmente, el
ámbito donde se gestan y cobran vida todas las gamas de emociones,
sentimientos, pasiones y afectos que somos capaces de experimentar íntimamente
y de exteriorizar en el trato diario con nuestros congéneres. En tanto que la
serpiente sería ese ámbito más oscuro, violento e irracional que se encuentra
en las profundidades del inconciente individual y colectivo, y que al ser
excitado puede sublimarse como una elevada y sutil energía creadora, o estallar
como la terrible vorágine avasallante y mortífera de una fuerza completamente
destructora.
Las aguas son también la imagen
primordial o arquetípica de La Madre Cósmica, de cuyo seno procede todo lo que
existe. Por ello constituyen una fuente de vida, un centro de regeneración y un
ámbito de purificación.
La serpiente, además, representa en el
plano simbólico la perpetuidad, el movimiento, la transformación, la
regeneración, la muerte y el renacimiento por la vía del sexo. Veamos lo que
indica respecto al carácter simbólico serpentino de María Lionza el propio
Gilberto Antolínez (2006: 94):
La creación ‘popular’ de Venezuela:
‘María Lionza’. ¡El más perturbador símbolo que yo haya vivido en mi vida; la
más silvante y astuta serpiente que se haya arrastrado en las bodegas ínferas
de los orgullosos palacios masculinos; el sulfúreo fuego tríplice: Madre de la
Concupiscencia, Madre de la Penitencia, Madre del Perdón! La ‘Ella’ tentadora,
ascética e insensible a la vez, humana, sacerdotal e isiaca en una pieza, y que
se eternifica a sí misma bañándose en el fuego plutónico y lustral de la
entraña terrestre y que, si usa ese fuego para su individual fruición,
retrocede a la forma de Bestia Original: la Estrella que cayó, pero que busca
ser Estrella Matutina en una palabra: nuestro prototipo femenino de
Venus-Luzbel-Lucifer! No hay yaracuyano, -y yo también lo soy (dice
Antolínez)-, que no tiemble ante esa figura que en nuestros pagos se siente
palpitar en cada recodo, en la sombra sexual de todo boscaje, en el susurro de
cada manantial. Nuestra Kundry ardiente fulminada por tendencias antagónicas,
urgida de aspiraciones seráficas y abatida por imprevistas claudicaciones: la
misteriosa diosa Kundalini tres veces y media arrollada en el hueso sacral, que
así como produce la liberación espiritual, puede conducir a la más nauseabunda
posesión.
La tierra constituye el símbolo por
antonomasia de la fecundidad y la regeneración. Es el vientre o matriz
originaria de donde todo sale y a donde vuelve, es el ámbito de la
manifestación: útero y sepultura. Cumple la función de madre nutricia pues es
dadora de vida y de los frutos que sustentan la vida. Las entrañas de la tierra
representadas en grutas y cavernas constituyen el espacio donde la naturaleza
alberga todo tipo de tesoros y riquezas.
La luna por ser la
luminaria de la noche en casi todas las culturas ha sido asociada con la
periodicidad del nacimiento, la muerte y el renacimiento; y, en general con
todos los procesos temporales de la existencia. Es también, como la tierra, el
recipiente o matriz cósmica para la manifestación de la energía. Las fases de
la luna indican asimismo las influencias positivas o negativas que ella ejerce
sobre las mareas, así como sobre las distintas formas de vida animal y vegetal
y sobre el psiquismo humano. La ovulación y la menstruación están asociadas,
generalmente, a los 29 días que duran las lunaciones en sus 4 fases de luna
nueva, cuarto creciente, luna llena y cuarto menguante, con una duración de
siete días aproximadamente para cada una de las fases. Simboliza el mundo de
las emociones, los sentimientos y los afectos. La luna está asociada a la
magia, la hechicería y diversas prácticas adivinatorias o nigrománticas.
Otro cuerpo celeste que forma parte de
la matriz simbólica estudiada aquí es el planeta Venus cuyas connotaciones se
encuentran presentes en el mito de María Lionza, tal como lo indica Antolínez.
La belleza seductora, la fuerza de unión, la armonía de los contrarios, la
atracción erótico-sexual que puede ser tanto devoradora y destructiva como
creadora y constructiva, son asimismo atributos simbólicos de la Diosa
yaracuyana, nuestra Venus Criolla, quien es un ser ambiguo, con idéntica
capacidad tanto para el bien como para el mal. Sus funciones principales son
las de Dueña de la Selva y Guardiana de las Riquezas Naturales: es madre de lo
orgánico y lo inorgánico, de la fauna, del bosque y de los metales. Habita en
los bosques y selvas, en los remansos de los ríos, en las lagunas encantadas,
en los pozos azules que forman los arroyos y fuentes o en las cavernas
naturales de las rocas. Peina sus cabellos con un peine de oro, y cabalga
desnuda sobre los lomos de un tapir o danto. Su reino es subterráneo y está
formado por siete cuevas o Ciudades Encantadas, donde recibe a los cazadores de
su agrado y los hace reposar sobre asientos que resultan ser anacondas o
tragavenados arrolladas sobre sí mismas durante su letargo. (Antolínez, 2006)
Tiene
a su servicio una innumerable corte de Don Juanes, gnomos, sátiros, duendes y
hadas, así como de espíritus humanos que han sido subyugados por sus lascivos
encantos o se le han vendido a cambio de honores y riquezas y la obedecen en
todo lo que les ordene. Todos están igualmente bajo las órdenes de la Reina
Guillermina, quien es su dama de cámara y anunciadora de sus visitantes.
(Antolínez, 2006).
Conferencia ofrecida en la Universidad de
Los Andes, Táchira, los días 22 y 23 de febrero de 2007, en el marco del I
Seminario-Taller de Mitología.
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