Juana de Dios Martínez, sacerdotisa de María Lionza. Sorte, municipio Bruzual, Edo. Yaracuy. 2006
Credito: Rafael Salvatore
Por:
Benito Irady
Cuando
el fotógrafo Rafael Salvatore le preguntó por su nombre completo, ella le
respondió: “Juana de Dios Martínez, Sacerdotisa de la Reina María Lionza y de
sus Cortes”, refiriéndose a la Diosa que entró a las montañas por Nirgua, se
instaló en Sorte y empezó a hacer milagros con una suma de guerreros eternos a
su alrededor. Debió venir de la transparencia de las aguas y tiene innumerables
leyendas que se reproducen en todos los confines de la tierra.
María
Lionza manda junto a sus panteones espirituales entre las corrientes del Sorte
y del Yaracuy que toman camino al mar. Un conjunto de montañas del Caribe
divide a los ríos desde sus lugares de nacimiento, así, cuando el río Cojedes
llega al Orinoco ya trae aguas del Charay, del Chorro, del Buría, del Turbio.
Se conocen esas montañas con sus ríos como monumento natural Cerro María Lionza
o simplemente montaña de Sorte, declarado patrimonio por el gobierno venezolano
desde el año 1960, para destacar y proteger la belleza de su paisaje. Allí
habita la Reina María Lionza, un espíritu mediador que descifra el futuro en
asombrosas procesiones nocturnas. Uno de los sectores de mayor renombre por el
culto a esa Reina Madre se conoce como Quibayo, donde acuden ricos y pobres,
hombres y mujeres, ancianos y niños procedentes de distintos lugares del país y
del mundo buscando sanación y paz. Allí se planificó un encuentro con Juana de
Dios Martínez, la Sacerdotisa de la Reina María Lionza y de sus Cortes, próxima
a cumplir noventa años. Nació un 8 de marzo de 1928 en San Pablo, muy cerca de
Chivacoa, estado Yaracuy y tiene la facultad de sacar a los espíritus de sus
retenes.
“Después
que los espíritus pagan sus penitencias en los retenes pueden venir acá para
ayudar y se hace contacto con ellos para que bajen, pero hay que conocer sus
costumbres. Si Nicanor Ochoa en vida comió chimó el baja comiendo chimó, o si
bebió aguardiente en vida hay que darle aguardiente al bajar, al Doctor José
Gregorio Hernández que le gustaba el café amargo hay que darle su café a amargo
y a Simón Bolívar se le pone su copa de brandy, así es esto.”
Es
un oficio que obliga a reconocer las particularidades de las viejas piedras y
lo que se expresa, la mezcla de lamentos de esos cuerpos tirados en la arena o
sobre tierra de lombrices. Las manos cortadas llegan a sangrar y sacuden todos
sus males. Es un oficio de interpretación del mundo a través del humo del
tabaco y de las pisadas discontinuas de añejos seres que aparecen en medio de
las hogueras con discursos estallantes en los labios de otros. Se ponen flores,
muchas flores para recibir la bendición. Arriba están los santos que son los
celestiales, abajo van los indios y las cortes chamarreras y las cortes
médicas, y otras cortes, así se van forjando los altares. “Aquí viene toda
clase de gente, vienen personas enfermas, vienen de hogares que están para
desunirse, vienen comerciantes que están mal en sus ganancias, vienen
estudiantes que han empeorado en sus estudios, vienen agricultores que han
perdido sus cosechas y son recibidos en nombre de la fe. Entonces aquella Diosa
sin raza, sin colores, sin edades, demuestra con pruebas el significado de la
fe, concediéndoles lo que han venido a pedir y haciendo curaciones que no han
logrado los médicos terrenales, porque aquí se cura con las aguas de las
montañas en un lugar sagrado...”
Juana
de Dios reza y hace sus ensalmes con plantas, con licor, con velas, con
tabacos. Nunca estudió, “lo que tengo lo tengo de nacimiento” y puede cambiar
el curso de la vida en otros seres sometidos a la prueba total. La puso en ese
sitio de Sorte la Reina María Lionza para que llegara con sus bienaventuranzas
hasta la salvación de los demás y penetrara en el corazón de la gente en el
nombre de Dios Todopoderoso, porque “con Dios todo y sin Dios nada”. Entonces
decide qué hacer, si una charla, si un ensalme, si una velación, lo que ha aprendido
en la vida.
Empezó
a saber de esto a los siete años cuando soñó con la muerte de Juan Vicente
Gómez y le dijo a su mamá ordeñando una cabra, que a partir de esa fecha iban a
comer mucha carne, porque todo el ganado que estaba sin herrar debía ser de
ellos y que iba a venir mucha gente con sombreros y escopetas y aquel sueño se
dio. Su madre que vivía trabajando en una de las tantas haciendas de Juan
Vicente Gómez, en sus tierras, pensó en un momento que la niña estaba
enloqueciendo, pero no era así, se trataba de una revelación muy fuerte. Otra
revelación dolorosa la tuvo con uno de sus hijos. Soñó que había muerto y vio
la urna y desde aquel tiempo empezó a sufrir porque tras el sueño, perdió al
hijo “Dios lo necesitaba porque era el indicado de Dios”. En una revelación
anterior sintió una voz que le dijo ¡Ponte de rodillas que voy a dar un
mensaje! cuando ella estaba frente al altar mayor. Era un espíritu que no se
había certificado y volvió de nuevo con su voz, ¡Recen, para que la desgracia
de Caracas no sea tan grande! y a las pocas horas se supo del terremoto y de
los muertos de Caracas, pero ella estaba despierta cuando se le pegó al cuerpo
esa voz. Otro sueño entre tantos lo recibió para que hiciera vigilia, rosarios,
peticiones, elevara plegarias, porque venía otro desastre hacia Caracas, el
mensajero bajó a través de la materia y le comunicó que llovería
incansablemente y que sucedería lo que llegó a suceder, el deslave de Vargas.
Debía rezar mucho y pedirle a la Virgen del Carmen para que no fuera peor lo
que Dios ya tenía destinado. “La materia se pone vieja, pero el espíritu sigue
joven” dice entre bromas refiriéndose a su edad, pero ella sigue cumpliendo su
misión, conociendo los designios de Dios y dedicándose a la montaña.
La
primera vez que se casó tuvo un fracaso en su matrimonio y dos hijos, la
segunda vez que se casó y pasaría a vivir a Chivacoa, a orillas de la quebrada
Carmiña, tuvo cinco hijos más, fue cuando llegó a ver un espacio sonando en
candela en la montaña, se metió al fuego, caminó sobre las brasas y no se
quemó, allí tuvo una prueba fidelísima de sus facultades y le fue tomando tanto
amor a la montaña que decidió separarse de su esposo para estar más cerca de
los espíritus que se posesionaron en su materia, entraban y se manifestaban y
ella reza cuando va a cumplir esa misión cuando va a transportarse a través de
los espíritus. Baja la Reina, baja Guaicaipuro. Puede montarse en sus espaldas
a un hombre que pesa ciento cuarenta kilos y hacer sus embajadas en la candela.
Baja el Negro Felipe y la Negra Francisca que toman ron y puro brandy. Bajan
los indios, suenan los tambores y ella sigue en la verdadera concentración
procesional sintiendo los fluidos entre las doce de la noche y las cinco de la
mañana, por eso se separó de su esposo desde que tenía treinta y cinco años de
edad y no quiso saber más de fiesta, ni de sexo ni de nada que la distrajera de
su misión. “Seré sacerdotisa hasta la tumba y si el gobierno da permiso que me
entierren aquí en la montaña”, terminaría diciendo antes de transportarse
nuevamente.
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