Yara fue un huevo que anidó en el enjambre
de parchita de la montaña caquetía.
Sus alas fueron la pulpa, sus ojos de agua ácida. Una
mariposa: una flor que vuela.
Cuando cayó de la rama atravesó el macizo de Nirgua y dibujó
el río que serpentea su cuerpo.
De la orilla emergió sobre una danta.
La vieron desnuda, reverdeciendo la piel de la tierra.
Nada pudo tocarla, pero todo cuanto tocó floreció.
Sus manos son dos orquídeas abiertas a la lengua.
Su cabello, una cascada de donde la noche se colorea.
Dicen que la maldición está en su mirada,
verde como agua empozada, por eso algunos prefieren mirar los
ojos de sus tetas.
Se alimenta de los espíritus que se entregan a sus favores.
De sus pies las raíces, las venas del sol que reverberan en
el centro de la areola.
El blanco la llamó María, antes de que entrara a sus
aposentos montada en una onza, desnuda.
El conquistador quería atraparla.
Ella le pisó la cabeza.
Y Ponce de León movía la cola, lo mismo que maniataba a
Yaracuy a punta de arcabuces.
La persiguieron, pero la buena Sorte la ocultó y se desbordó
hasta ahogarlo, al invasor.
Ella
habló con un mango y fue hoja que se tragó el río.
Y
cabalgó sobre la muerte de sus enemigos hasta volver a la crisálida.
Y fue
cuando la vieron, sosteniendo los huesos de su pelvis al cielo, porque de su
vientre una legión de gotas se alzarán contra la espada yerma.
La
penetró una cascada y parió una liana, de donde se cuelgan los guerreros.
Su
hija la cueva se ha roto porque la pretende una hebra de luz.
La
laguna se queda sin agua, porque la escupe contra el turista.
De vez
en cuando nos sueña y se despierta y tirita.
Se
descubre enyesada, en medio de una sabana de asfalto.
Y sus
ojos ya no conjuran porque en ellos el cemento la maldice a ella y a sus hijos.
Y así
marchita la flor, se parte en la cintura, se cae, se descascara, se vuelve al
azul inmenso.
Entonces
corre hasta la serpiente que la recibe con la boca abierta, agita el monte, llueve
en el copito, ruge el cunaguaro, el tronco de la ceiba da una vuelta más se
encienden todas las velas: alguien cree en la Diosa madre.
Tomado de: Mujerícolas de Indira Carpio Olivo
Ilustraciones: Deisa Tremarias
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