domingo, 5 de mayo de 2019

La historia de María Lionza de Gabriel Jiménez Emán



El sabio Jiménez Sierra me concedió cita en un bar del centro de la pequeña ciudad de San Felipe. Yo estaba muy ansioso por escuchar su versión, pues era la persona viva más autorizada en la materia y yo estaba confundido – más valdría decir atónito – con un fortuito descubrimiento que había hecho en casa de mi abuela. Jiménez Sierra había oído y leído innumerables versiones de la historia de María Lionza, la cual, como se sabe constituye el mito venezolano más importante, y ha sido objeto de estudios serios, como también de lamentables deformaciones. 
Me dijo, sin embargo, que su versión era completamente nueva y deseaba confiármela, antes de partir de viaje a Europa, pues no sabía cuánto tiempo estaría ausente. Ordenó un Campari, saludó con cordialidad a la gente del bar y de inmediato pasó a narrármela: 

“El mito de la reina María Lionza proviene de la época de fugaz imperio de Buría, fundado en la región de Nirgua – en el estado Yaracuy – por el famoso negro Miguel. Dicho mito fue establecido por su mujer, la reina indígena Guiomar, a raíz de la derrota que a Miguel le infligieron los españoles, comandados por el capitán general Juan de Villegas en 1552, quien fundó la ciudad de Nueva Segovia – la actual Barquisimeto – en las vegas de Buría, donde por cierto falleció al año siguiente. Miguel fue muerto en la refriega. 
Pero su mujer Guiomar – o sea María la Guiadora – logró escapar de la masacre, yendo a refugiarse en su huida hacia las montañas que hoy se conocen con el nombre de Sorte y Savayo, bañadas por las aguas del río Yaracuy, en la jurisdicción del actual Municipio Bruzual. Así Guiomar, la fugitiva esposa del derrotado Negro Miguel, logró permanecer escondida por largos meses en las cuevas y grutas formadas en la falda de los barrancos que rodeaba al río Yaracuy. 

Durante aquellos largos días de expectación y de angustia, acompañada por algunas mujeres y por otras personas fieles de su efímera corte, la fallida reina Guiomar se dio a fundar con su nombre de MARÍA GUIADORA un culto religioso dedicado a los genios locales del paraje, en parte regional indígena y en parte africano, con reviviscencias de misticismo panteístico, que al correr de los años llegó a constituir el culto que hoy se le rinde por medio de ceremonias mágicas de antiquísimo origen, a la Reina María Lionza. Guiomar comenzó a tener comunicación efectiva con animales del paraje, en una selva donde abundaba una flora impresionante (todas las heliconias de la tierra, todas las variedades de orquídeas, bromelias y otras flores que nadie ha visto en ningún otra parte del planeta), especialmente con una danta o tapir hembra que llegó a montar, y también con pumas, chivos, jaguares y boas, que la acompañan en sus oficios religiosos. 

La danta que montaba María Lionza era invulnerable a toda cosa física y maleficios, así como oraciones, incluyendo a las oraciones cristianas. Con sus poderes, Guiomar puede sanar enfermedades y calmar graves dolencias, así como alejar a los envidiosos, ladrones, saqueadores y avaros. Con la ayuda de sus piaches indios podía petrificar a toda esa gente. Pero también podía procurar fortuna, si se le rendían los debidos tributos. Los pocos visitantes de aquellos parajes que lograban verla quedaban prendados de ella, y la seguían embrujados a donde iba: militares, monjes, hombres del campo y otras personas se sometían a un extraño embrujo en cuanto la tenía delante. Sin embargo, las autoridades civiles eclesiásticas la persiguieron durante mucho tiempo, y trataron por todos los medios de acabar con un culto religioso que empezaban a tener un gran fuerza entre los pobladores y ciudadanos de las ciudades del Occidente de Venezuela” 

Hasta aquí el relato del sabio Jiménez Sierra. La información que yo poseo refuerza la leyenda. Lo resumo. Se adentró entonces María Lionza con su pequeña corte en la montaña de Sorte, y esperó allí a un cura y a un coronel, y de manera expresa los embrujó. Ellos fueron los responsables de defenderla en adelante; la Corona Española, por intermedio de la Iglesia, no aceptaba estos cultos; sin embargo aquel cura hechizado por Guiomar, a la sazón párroco de la iglesia del pueblo de Nívar, la protegió asociando a su nombre al de una virgen cristiana: "Virgen Patrona de la Onza del Prado de Talavera de Nívar".


Ello no solamente impidió que el mito muriese, sino que perviviese en las figuras santas de la Iglesia católica, especialmente en las de la Virgen María, tal y como ocurrió con la Virgen de Coromoto en Guanare, protegida por el indio Coromoto. Así permaneció María Lionza hasta hoy, protegida por el sincretismo de su hermosa imagen de la reina con un tocado de flores y un manto azul, sentada en su trono rodeada de jaguares y boas, una verdadera diosa. Mi curiosidad por ella revivió debido a que soy descendiente de aquel coronel que fue a conocer a Guiomar con el párroco de Nirgua, y quedó, como él, hechizado. 

Encontré hace algunos meses, en casa de mi abuela, un pesado baúl que había pertenecido a mi tatarabuelo, y en su interior unos viejos papeles donde hablaba con fervor de esta imagen casi mística que nunca pudo olvidar. Este descubrimiento propicio mi comunicación con el sabio Jiménez Sierra en San Felipe, cuyas palabras me ha hecho constatar, con sorpresa y casi con rubor, el nombre de Guiomar tantas veces citado en los estropeados papeles de mi antepasado.


Jiménez Emán, Gabriel (2002) La gran jaqueca y otros cuentos crueles  CARAVASARLIBROS pp. 15/18 

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