viernes, 24 de julio de 2020

¿Cómo llegaron los héroes de la Independencia a los altares de María Lionza?




Entrevista a Michaelle Ascencio sobre religión y política en Venezuela


Por Maye Primera | 31 de marzo, 2014
Gracias, mi general, por los favores recibidos

Simón Bolívar «atrae» la lluvia. Antonio José de Sucre «abre» los caminos. José Antonio Páez «espanta» al enemigo. Y los marialionceros se lo agradecen con brandy, agua y cigarrillos. El panteón de héroes venezolanos está repleto de difuntos marcados, que completaron el tránsito hacia la divinidad y reciben el culto de santos. Es lo natural: la cultura popular, dice Michaelle Ascencio, es un terreno donde la religión y la política se cruzan; un terreno en el que se le atribuyen condiciones mágicas a las figuras históricas que detentaron el poder. Los gobernantes, en especial los dictadores, también han buscado milagros en ese culto: hombres como Marcos Pérez Jiménez han apelado deliberadamente a este fervor religioso para legitimar su proyecto político; algunos, con suerte, han ido a parar al altar.

¿Cómo llegaron los héroes de la Independencia a los altares de María Lionza? ¿Cómo el culto popular de los héroes, sembrado en parte por el culto político, devino en culto religioso?

A veces es difícil separar esos tres «cultos» que acabas de nombrar, pues actúan en la sociedad como vasos comunicantes. Para responder a la pregunta, puedo decir que los difuntos que se destacaron en vida por sus obras o por sus aportes a la sociedad pasan a ser considerados como personajes importantes, marcados, diferentes al resto de los hombres y mujeres, comunes y corrientes. Generalmente, sobre todo si son guerreros, pasan a ser considerados «héroes» que han construido, defendido o liberado a la nación. En la mentalidad tradicional, la acción guerrera se valora más que la acción civil: destacados científicos, literatos, políticos, comerciantes, maestros, no serán considerados «héroes» aunque hayan contribuido a construir, a valorar y a comprender la sociedad de la que forman parte. Se privilegia a los guerreros porque a través de las batallas, la nación se unifica en contra de un enemigo. Los que lucharon exponiendo sus vidas, los que combatieron por la patria, serán celebrados, recordados y conmemorados. Con ellos se inauguran los ritos para recordar los orígenes de una nación: el antes y el después que nos constituye. Hubo un momento en que no éramos nación y a partir de determinadas hazañas de los héroes, nos convertimos en una nación independiente que tiene un lugar en el tiempo y en el espacio. Es el acto de cambiar una realidad o de hacer que nazca una nueva realidad, el que confiere el carácter de divinidad al héroe pues, como los dioses, han introducido con sus hazañas una nueva realidad que no existía antes; en nuestro caso, de Provincia de Venezuela, dependiente de España, pasamos a ser una República libre. El héroe es, así, un difunto destacado diferente, separado del resto de los mortales, que ha llevado a cabo una hazaña, la de crear algo que no existía antes. A partir de esta condición comienza su tránsito hacia lo sagrado, pues lo sagrado es «lo separado», lo radicalmente otro, que no puede confundirse con lo profano, que es lo común y corriente. A partir de este momento, el héroe «sagrado» entra en el terreno de la religiosidad y realiza, para los que lo adoran, tareas y acciones propias de los seres sobrenaturales: predice el porvenir, hace milagros, concede favores especiales. En Venezuela, muchos de nuestros héroes de la Independencia están en el Panteón de María Lionza y pertenecen, inclusive, a una Corte bien determinada: la Corte Libertadora, que encabeza el Libertador Simón Bolívar.

Además de Simón Bolívar, en esa Corte Libertadora están Francisco de Miranda, José Antonio Páez, Antonio José de Sucre, Pedro Camejo y Simón Rodríguez. ¿Pero por qué Juan Vicente Gómez también forma parte de ella?

Lo que sucede es que, en un primer momento, la formación de la Corte se hizo con los héroes que pelearon para liberar y fundar la nación. Con el tiempo, se van agregando aquellos hombres y mujeres que se han destacado en la defensa y consolidación de la nación. En esta visión popular y tradicional, el héroe realiza sus hazañas porque tiene «algo» más que lo diferencia de los demás: un poder que le otorga valentía, arrojo, capacidad para imponerse, don de mando. Se supone incluso que el héroe lo es porque tiene ese poder. Precisamente, lo sagrado es lo que tiene poder, y para la concepción mágico-religiosa de la vida, el poder es lo más importante. Juan Vicente Gómez no está en los altares porque unificó y modernizó el país, sino porque fue un hombre poderoso, que gobernó durante 27 años y sometió a todos los enemigos que tuvo. De aquí que sea tan importante estudiar las relaciones de la política y la religión. ¿Por qué se deifica a un tirano? Porque los tiranos, dentro de lo mágico-religioso, exhiben el poder, un poder que los diferencia del resto de sus semejantes y los mantiene «aparte», «separados» del resto de las gentes a las que dominan. Aquí se establece una doble relación con el poder «sagrado», pues las gentes ven en el tirano o en el dictador a un ser distinto, y el tirano se ve a sí mismo y se comporta como alguien también distinto, que está en relación o en posesión de «fuerzas» ocultas. Así se crea un personaje que ejerce, generalmente, un poder absoluto, basado en las creencias del colectivo y en sus propias creencias: sólo él sabe y conoce todo, tiene a los dioses y a los espíritus a su servicio, tiene la protección especial de los ancestros y de los héroes fundadores de la nación.

¿Por qué la Corte Libertadora nace precisamente en la década del cincuenta del siglo XX, en medio de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez? ¿Existían en aquel momento algunas condiciones concretas que propiciaran la creación de un culto con estas características?

No puedo afirmar que la Corte Libertadora haya nacido en la década de los cincuenta, pues como lo han señalado los historiadores, el culto a Bolívar comenzó el día después de su muerte. Las tradiciones se van consolidando muy lentamente. Lo que llama la atención es que haya una religión popular que agrupe en una Corte a los principales héroes de la Independencia. Toda nación venera a los héroes que le dieron nacimiento, pero que una religión agrupe a sus héroes históricos en una corte sagrada, eso creo que no es muy frecuente. En cuanto al papel que tuvo esta religión durante la dictadura de Pérez Jiménez, el programa del Nuevo Ideal Nacional de la dictadura necesitaba de un mito, de una narración que unificara y le confiriera, al mismo tiempo, una identidad al país. Este mito, que no es otro que el del mestizaje, constituiría uno de los sustentos ideológicos del régimen. El discurso mítico sobre la «armonía» de las tres razas, la blanca, la negra y la india, encontró un asidero real en las figuras del indio Guaicapuro, principalmente, del negro Pedro Camejo, Felipe o el negro Miguel y de la blanca María Lionza –que es también una india, hija de un cacique; una española, la encomendera María Alonso–; y la Virgen de Coromoto, que ya eran objeto de devoción popular. La leyenda, el mito y la realidad se fundieron en esas figuras a través de diferentes versiones que todavía circulan en libros y folletos.

Y es justamente durante el mandato de Pérez Jiménez, además, cuando se erigen los monumentos a María Lionza.

Por supuesto, y no sólo la estatua de María Lionza de Alejando Colina que todos conocemos, sino también los murales con motivos indígenas del pintor Pedro Centeno Vallenilla. Según los estudiosos, durante la dictadura perezjimenista se le da forma definitiva al mito, se promueven los estudios sobre su significación; se compara el mito venezolano de María Lionza con otros mitos indígenas latinoamericanos; y se le da proyección universal a través de la pintura, la poesía y el teatro. Es importante destacar que, mientras se promueve el mito, se persigue al culto: brujos, hechiceros, practicantes y oficiantes, devotos del culto, son perseguidos y encarcelados. Esta paradoja se explica al recordar que la Iglesia católica, protegida por el régimen, afianza su poder y su influencia durante esos años, y promueve una campaña masiva contra la brujería y la hechicería en el país. Lo que le interesa a la dictadura es la promoción de un discurso mítico unificador sobre el mestizaje, y no la práctica de una religiosidad popular que, desde la Colonia, fue considerada como sinónimo de hechicería y atraso.

¿Cómo es la representación de Simón Bolívar en el culto a María Lionza? El antropólogo e historiador Emanuele Amodio publicó un artículo en 2009, en el que habla de cómo a través del culto se reescribe también la historia. Por ejemplo, según el culto popular, Bolívar no nació en Caracas sino en Capaya, y era hijo de una negra.

Los mitos y los símbolos son receptáculos de emociones y de sentimientos colectivos; se transforman para adaptarse a las necesidades de los creyentes. No hay que olvidar que un santo, un dios o un espíritu es una creación del imaginario religioso, y aunque los santos, dioses o espíritus tengan más poder que los humanos, se parecen a sus devotos. Así como los orishas africanos se convirtieron en «santos» identificándose con un santo o una santa católicos, criollizándose para parecerse a sus devotos: Ochún es una mulata, Yemanya es negra con el pelo chicharrón y a Shangó le gustan las fiestas y el tambor. Simón Bolívar, el héroe por antonomasia, es distinto de todos sus devotos pero debe parecerse, al mismo tiempo, a ellos. Y así como no nos extraña que los devotos de San Benito del sur del Lago de Maracaibo digan que San Benito es un «negro bailón y bebedor», así también para los barloventeños, Simón Bolívar nació en Capaya, era hijo de una esclava, o hijo de una blanca pero una negra lo amamantó, o tal vez era la abuela la que era negra, etcétera, etcétera. Así se apropian los creyentes de sus héroes, como se apropiaron los descendientes de esclavos de San Benito de Palermo en el sur del Lago de Maracaibo. Generalmente, las diferentes versiones de un mito no coliden ni se excluyen; tampoco coliden con las versiones históricas. Todas forman parte del imaginario colectivo, del patrimonio cultural de una nación. Precisamente, imponer una de las versiones sería secar la fuente imaginativa de la sociedad, cortar la recreación perenne de la historia, impedir el diálogo entre lo oral y lo escrito, entre la imaginación y la realidad. El culto a Bolívar se manifiesta en todas esas versiones y la transformación de los símbolos es una obra colectiva que se hace con el tiempo. Nadie puede decir: «Yo transformé ese símbolo». Nadie puede decretarlo. Decretarlo, imponerlo, es matar el símbolo.

También es interesante observar cómo todo esto tiene un significado, tanto para los creyentes como para los incrédulos. Más allá de que no todos los venezolanos profesen el culto religioso a Bolívar, su figura es divina para todos.

Así es, porque Bolívar es, ante todo, una figura histórica. Si Bolívar no hubiese hecho lo que hizo, no sería respetado históricamente por gente de todos los cultos. Con él, se ha cumplido el tránsito de difunto a héroe, y de héroe a divinidad; este tránsito toca el dominio de lo sagrado, como dije antes. La gente puede no creer en Dios, pero toda sociedad sabe qué es lo sagrado y qué es lo que la sociedad sacraliza. Y los orígenes de una sociedad, de una nación, siempre son sagrados.

En este punto quisiera que tratáramos el tema de la exhumación de los restos de Simón Bolívar. Más allá del hecho científico, de si se cumplieron o no las normas técnicas para llevarla a cabo, un sector del país vio esto como una profanación; otros, los que estaban de acuerdo, lo vieron como un rito patriótico, como un homenaje que se le estaba rindiendo a Bolívar. ¿Cuál es su opinión?

Lo sagrado es colectivo, y es emotivo. Los ritos son conductas, pautas para acercarnos a lo sagrado. Si lo sagrado es colectivo, los ritos deben involucrar a toda la sociedad. En este rito de la exhumación de los restos de Simón Bolívar no estuvo involucrada la sociedad. Los representantes de la nación deberían haber estado presentes: el cuerpo del héroe, sus restos, son sagrados, descansan y se veneran en el Panteón Nacional, sitio sagrado por excelencia de la ciudad. De modo que para abrir un sarcófago, para tocar a una persona sagrada, se necesita hacer el rito pertinente e involucrar a los Poderes Públicos y a las personas que representan a la nación. La nación debe estar enterada de lo que se está haciendo. Hacer eso de noche y en esas condiciones es desatender las reglas de los rituales colectivos. Es como si tú quisieras comulgar y entraras a la iglesia a las dos de la mañana por una ventana, abrieras el sagrario y comulgaras; eso, en el lenguaje de la Iglesia, se llama sacrilegio. Para comprender cabalmente el punto, hay que decir que existen ritos colectivos y ritos privados. Los ritos privados son los que se hacen sin la presencia de la sociedad; casi siempre son ritos mágicos donde no hay un devoto, como en la Iglesia, sino un cliente del mago: cuando te echas las cartas, te haces un baño, allí no está involucrada la sociedad. Lo sagrado privado es una cosa, y lo sagrado público, otra. Son ritos diferentes, y no se pueden mezclar.

Tampoco faltó quien le diera a la exhumación de Simón Bolívar la lectura de un rito privado. Ciertamente, hay mucho de especulación en esto, pero el solo hecho de que esa especulación exista ya significa algo. Tal vez dentro de cien años, la exhumación se convierta en una leyenda del Bicentenario.

Antes de que transcurran cien años esto se integrará a la oralidad: a las historias, a las leyendas, a la cultura alrededor de los ritos y del culto a Bolívar. Veremos, con el tiempo, qué es lo que va a rescatar la población de todo esto, cómo lo va a llamar, qué es lo que se va a recordar. Hasta ahora, en lo que he visto en la calle y en los medios de comunicación, hay más disgusto respecto a la exhumación que reconocimiento de ese episodio como rito. La gente se ha sentido perturbada con lo que ha pasado. Pero habrá que darle tiempo al tiempo, porque las leyendas requieren las palabras dichas y repetidas en el tiempo. Habrá que esperar para saber cuál será la sentencia social sobre lo que ha pasado.

Pueden ocurrir dos cosas: o el pueblo condena al presidente Hugo Chávez por haber exhumado a Bolívar o lo envía al panteón de los héroes.

Por el fervor que siente la gente en este momento, yo creo que él tendrá un lugar en el panteón de la religión de María Lionza. De hecho, ya está en algunos altares privados. El principio para que eso ocurra es el poder: quien acumula poder ya es considerado un ser fuera de lo normal. En el caso de Gómez, no importó que fuese un tirano o que hubiese condenado a tanta gente. En el caso de Francois Duvalier, que está en los altares de Haití, ocurre algo similar: un hombre que mató a tanta gente, es venerado por ese poder. Adolfo Hitler también está en las cortes de María Lionza. Lo que operó allí, repito, fue el principio de poder. El pensamiento mágico tiene otras coordenadas: los políticos no las conocen pero los dictadores, sí. Y la consigna que rige la magia es: mientras más, mejor.

¿Y cómo se interpreta, dentro de estos ritos, la incorporación de los restos simbólicos de Manuela Sáenz al Panteón Nacional? Ya antes había sido incorporado Guaicapuro al Panteón, también como acto simbólico de reivindicación de los pueblos indígenas. En este caso, ¿qué reivindica y qué representa la figura de Manuelita?

La incorporación de Guaicaipuro al Panteón se entiende, pues fue un héroe en los tiempos de la conquista que defendió con su vida el territorio. Su figura reivindica la lucha indígena; por eso su entrada al Panteón Nacional es un homenaje al héroe y un reconocimiento a las etnias indígenas que perviven, aunque ninguna de ellas sea la de Guaicaipuro. El asunto de los restos simbólicos de Manuela Sáenz es más delicado. No sé si los venezolanos puedan haber aceptado eso íntimamente. Manuela existe sobre todo en la historia: no está en el culto de María Lionza, no es una figura popular. Se sabe que fue la amante del Libertador, la «Libertadora del Libertador», que estuvo a su lado y que salvó a Bolívar en varias ocasiones. La sacralización de este personaje la veo demasiado declarada, impuesta. Las cosas simbólicas y sagradas son colectivas, insisto. Guaicaipuro ya había hecho un tránsito en la historia de Venezuela: siempre ha sido reverenciado, es quien representa a los indios de nuestra nación; todo el mundo reconoce su gesta, su valentía; está en el panteón de María Lionza. Por todo lo anterior, Guaicapuro debe estar en el Panteón Nacional; su incorporación no violenta el símbolo ni la historia, por eso nadie pediría que no lo incorporasen al Panteón. Manuela Sáenz, en cambio, no es símbolo de nada en Venezuela, y ahora quieren convertirla en «madre» de los venezolanos. El problema es que no se puede convertir a una amante en madre por decreto: ese tránsito del símbolo, de amante a madre, lo veo difícil, casi imposible. ¿Cómo conviertes a una mujer guerrera, a una amante, en una viejita sentada en una mecedora tejiendo, en la madre de todos los venezolanos? A Manuela seguramente no le hubiese gustado eso. Manuela no tuvo hijos, ni era venezolana, nunca estuvo en Venezuela, además. Fíjate que ella no está en ninguna de las cortes de María Lionza, ni siquiera en la Corte Libertadora. Ahora, te digo una cosa: si todavía la hubieran llevado al Panteón como amante, eso sí que hubiera sido formidable. ¿Que se quiere reivindicar a una mujer «especial» trasladándola simbólicamente al Panteón? Pues entonces que la trasladen como lo que era en realidad: amante. ¿Una tardía reivindicación de la mujer? Ya ella existe en el imaginario histórico venezolano como «la Libertadora del Libertador».

El culto a los héroes, que ha sido muy estudiado por la historia, ha sido empleado por los gobernantes como recurso para ganar popularidad. Pero varios de ellos han creído que los héroes pueden insuflarles «energía».

Convocar a los orígenes da resultado por la emoción que guardan los comienzos. La magia del poder atrapa especialmente al dictador, que cree que puede poner a los héroes, a los ancestros fundadores, a su servicio. En el culto a los héroes y a la nación se da el encuentro entre política y religión, como dije al principio.

El homenaje al héroe puede ocurrir en la montaña de Sorte o en el Campo de Carabobo; siempre será un rito colectivo, aunque le pidamos que nos proteja de nuestros enemigos o que vele por el bienestar de la patria. Los rituales políticos existen en todas las culturas y en todos los países: todos conmemoran el nacimiento de la nación como tal, sus fechas importantes, las veces que ha habido cambios significativos, los momentos estelares de esa nación. Esos ritos sirven para cohesionar a los ciudadanos y a los creyentes. Todo el mundo se siente unido, participando de lo mismo, y eso refuerza el vínculo social. Esas conmemoraciones son muy importantes para reavivar la memoria y reafirmar la pertenencia al territorio y a la cultura. Pero cuando los gobernantes se identifican con los próceres, ya es otra cosa. Un ejemplo sencillo para que se entienda lo que quiero decir: un nieto puede rendir homenaje a su abuela, pero si se cree su abuela, o piensa que su abuela le da «energía», ya eso es otro asunto. Hay un momento de encuentro entre la religión y la política, y una de las tareas del poder civil, de los regímenes políticos democráticos, es mantener separados esos dos órdenes. Que en determinados momentos se unan lo religioso y lo político para conmemorar el nacimiento de la nación y sus fechas importantes está bien: así son las conmemoraciones. Pero fuera de esos momentos en que se sacraliza a la nación, el poder civil y el poder religioso deben permanecer separados. La humanidad ha tenido que recorrer un largo camino para que esta separación se diera. Ha sido un logro de la Modernidad la separación de los poderes civiles y religiosos.

Esta entrevista fue publicada en el libro "La república alucinada. Conversaciones sobre nuestra independencia", por Maye Primera, editado en el año 2010 por Editorial Alfa.

FUENTE Prodavinci



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