Francisco Tamayo
El signo de la piedra
Universidad Occidental Barquisimeto 1968
Las montañas están dispuestas como en anfiteatro abierto al noreste. En el seno está el valle con el mosaico leve de cañaveral y el tono crispado de los cardones, de los cujíes.
La Sierra de La Portuguesa, dispuesta al suroeste y sureste, la Sierra de Barbacoas al noroeste. En el resto de espacio van los cerros de cal, color blanco sucio y escasamente poblados de sarmentosos arbustos.
Las altas montañas son fértiles porque allí caen abundantes lluvias están poblados de selvas vírgenes que a lo lejos tienen un tono azul donde ponen manchas el follaje de los yagrumos. Allá arriba están las fuentes del Río. Se inicia por pequeños manantiales de aguas límpidas y frías; por ahí y por ella se forman lagunas en dónde tienen asiento los "encantos". Hacia San Quintín en Zárate hay una laguna encantada con una gran serpiente que lleva en el dorso una gruesa macolla de paja; el ofidio es el "dueño" de la laguna y por ello se pasea al atardecer y cuando el día está lluvioso. Cerca hay otro "encanto", se trata de una gruta que posee una posa cristalina pero en el recinto no puede hablarse porque el "dueño" se enoja y desata contra el visitante imprudente millones de bravas avispas. Para los lados de San Isidro en Guarico hay también una laguna, cuyo "dueño" es una enorme serpiente defensora de los lirios y de las begonias que nacen en las riberas.
Los "encantos" lacustres son restos de antiguas creencias anímicas de los indígenas.
Por la quebrada de El Chupadero hacia arriba hacia la montaña, la corriente se abre campo entre peñascos abruptos y después se extiende en un remanso apacible el lugar con su cascada, su lago y el tupido boscaje es asunto de otra leyenda, según la cual no se puede tocar el musgo y los helechos que cubren las rocas porque se corre el riesgo de quedar allí "encantado" para siempre al servicio del duende qué es "dueño" del precioso paraje.
Por esas montañas deambulan muchos duendes enamoradizos y vengativos. Las doncellas de la región temen andar por caminos extraviados, porque pueden ser objeto de la persecución de uno de esos diminutos personajes.
Una intrépida y valiente muchacha que se atrevió a transitar por allí, acompañada de su menudo perro faldero, cuando ésta cruzó el camino un lindo guache color melado. Inmediatamente fue perseguida por el perro y enseguida por la niña corrieron, sabe Dios cuánto. Pero el hecho es que fueron a parar a la orilla de la laguna encantada donde el guache, acosado, degolló al perro de una tarascada y luego cayó al agua donde se ahogó. Fue un momento de dolor por la muerte del animal amigo y de temeroso recogimiento por la belleza del lugar y por la oculta presencia del duende. El chorro blanco de la cascada esparcía su música por todo el ambiente, los pájaros cantaban sobre los guamos, y en las peñas estaban los musgos y los helechos formando una cobertura como de terciopelo y encaje. Pero no era para quedarse contemplando aquella peligrosa belleza, porque podía aparecer el duende y encantar a la doncella. Se echó atrás y emprendió la carrera para su casa donde apenas podría referir lo ocurrido por el cansancio de la intensa carrera. La madre de la criatura, que era muy creyente, la rezó y la santiguó repetidas veces para librarla del hechizo.
Todas las aguas de la montaña tienen su "dueño" y éste interrumpe la fluxión de las mismas cuando así lo quiere, entonces es preciso ofrendarle tabaco, cocuy, carne y pan de tunja para que de curso nuevamente al agua. No se puede echar suciedades en las quebradas porque se enoja el "dueño". Los niños que no sean bautizados no se pueden llevar al Arroyo porque El misterioso personaje que anima las aguas los deja "exprimidos" luego de sacarles el alma.
La reina María Lionza tiene su palacio en el interior de un cerro de la región. Se la describe de aspecto señorial y de prácticas bondadosas. Ella sabe dónde están los perdidos. Se le ofrenda cocuy, chimú y tabaco. Concede riquezas a cambio de los servicios del alma. En sus dominios subterráneos tiene rebaños asistidos por las almas de sus protegidos. La reina lleva corona y manto de oro. La solicitud de favores se hace por escrito, bajo sobre, y va acompañada de ofrendas; todo ello lo debe llevar el interesado a una peña que existe en lo alto del cerro; después a devolver por la respuesta que será también escrita.
Para ir donde habita María Lionza se va por el camino de Villanueva, de Guarico adelante, más allá del cacahual, en donde hay un cerro que se cubre de nubes cuando le duele la cabeza a la Diosa.
A cambio de las ofrendas concede una moneda de 5 bolívares que se va duplicando indefinidamente. María Lionza tiene dos hijos, varón y hembra respectivamente, los cuales suelen enamorarse de los visitantes de sexo contrario y entonces dejan a estos encantados dentro de los dominios de la Reina para llevar con ellos vida marital.
La montaña era antes más selvática, pero se fue destruyendo el arbolado para plantar café y hacer conucos.
Cada año hay menos selva y a la par van disminuyendo los ojos de agua y los manantiales. Sin embargo aún cuando sean rastrojos conservan la belleza y lozanía en su vegetación. En los cafetales se cosecha la dulce legumbre de los guamos y la sabrosa puma Rosa. En el zarzal maduran las moras de ácidos frutos. En las sábanas se cosechan guayabitas sabaneras y las diminutas drupas del maíz de zorro. Ya en la selva se obtienen caimitos de carne blanca.
La gente de la montaña cremas en las supersticiones que en la religión pura. El culto de María Lonza lo heredaron de su antecesor el indio y le tienen fe porque en realidad hace milagros. Pero milagros hace cualquiera el asunto es que se le tenga fe. "La niña convertida" hacía milagros. Era una mujer de carne y hueso. Vivía en Avispero. Hizo milagros mientras fue doncella, con el matrimonio "se dejó de eso" y no volvió más a hacer milagros, entonces paso hacer sencillamente la señora Felipa. En cambio hay mujeres que hacen milagros en la edad crítica, pues entonces adquieren poderes sibilinos y se intelectualizan.
"La niña convertida", tal cómo era conocida en la región, tenía un altar lleno de imágenes con velas y lámparas encendidas, en dónde oficiaba para impresionar a los devotos. Es una mujer rolliza y muy seria. Tenía conciencia y dominio de sí y de su profesión. Manejaba los campesinos a su modo y pasaba como irte intérprete de los santos.
A este título recibí atributo de su clientela que venía de muy lejos a consultarla y pedirle favores. En cambio le traía animales domésticos dinero y toda clase de regalos. Los primeros en creer en esta mujer eran sus padres, Ño Rosendo y su mujer quiénes se hincaba nante ella y le pedían la bendición. Los demás creyentes asimismo puestos de hinojos le confesaban sus cuitas y sus problemas.
Donde se vive en completo contacto con la naturaleza simple de las cosas, no es difícil identificar al hombre con la divinidad. Basta ser un poco más despierto y habilidoso y ¿por qué no? tener ese don de adivinación y curación que existe en muchas personas, aún cuando no se ocupen de ello. Si a esa condición se agrega un poco de espíritu de persuasión, ya se pueden hacer milagros. En estos campos no hay malicia. Incluso La Niña Convertida era sincera. Ella creía en la veracidad y honradez de lo que hacía.
La majestad de la selva impresiona como un templo. Hay un misterio que sobrecoge en las columnas rectas de los troncos y en la penumbra del follaje. Después, hay un silencio en donde el menor ruido cobra una magnitud enorme. Se oye más limpio el canto de los pájaros, y las pisadas del más chico animal parecen que fueran las de una bestia muy grande. Hay tanta variedad en las formas de las lianas y de las hierbas: son tan diversas las flores y los frutos, hay tantos animales temibles e inesperados que el ánimo se mantiene en suspenso y amedrentado. No se ha terminado de salir de una sorpresa cuando surge el temor; de allí, se pasa a la admiración o al recogimiento. Y así de emoción en emoción, termina el hombre por quedar anonadado.
La religión del montañés resulta una mezcla del catolicismo con las reliquias del paganismo español y del indígena americano, influenciado todo ello por el ambiente de la montaña y de la selva.
En cuaresma no se puede cazar. Enviar mensaje no se puede buscar leña, ni tender el pan y está vedado bañarse porque quién se bañe se convierte en pez. En cuaresma anda suelto el diablo; el silbador y el hachador se encuentran a cada paso en la montaña. Durante la Semana Santa es malo fornicar. El viernes Santo no se hace ninguna clase de trabajo porque con ellos se le mortifican las llagas a Cristo. Las mujeres pueden cocer pilar y moler hasta el miércoles Santo las 12 del día; de ayer en adelante deberán abstenerse para no herir a Jesús.
La selva tiene su fauna característica. El tigre, el león barreteado y la macaurel son los animales más temibles; la pereza, el mono y la ardilla los más graciosos; picure, lapa y venado los más comestibles; gallineta, paují y guacharaca son las aves más codiciadas por sus carnes; diostedé, tucán y arrendajo son los pájaros más hermosos; pero ningún animal como el "salvaje" u oso frontino.
Frecuentemente se le ve caminar en dos patas como los seres humanos; las patas delanteras se parecen mucho a as manos de hombre, y el sexo de los machos es semejante al de los humanos. Luego de cazado, todo se aprovecha, hasta os huesos y la manteca, pues los primeros sirven para darle fuerza a los niños raquíticos y la segunda los hace caminar cuando se aplica a las articulaciones. Pero lo más notable del salvaje no son los usos mágicos de sus órganos, sino la propensión que tiene este plantígrado a enamorarse de las mujeres encintas. Refiere la leyenda que en una ocasión estaba Ana Julia lavando en la quebrada, en estado de embarazo, cuando en esto vino un oso y la raptó; se la llevó a la copa de unos árboles altísimos en donde la alimentaba con frutas; allí la tuvo mucho tiempo como coyunta sexual, y para evitar que se escapara le lamía las plantas de los pies para mantenérselos "niñitos" o sea tan delicados que no pudiera pisar con ellos. Pasó el tiempo y ya los padres daban por perdida a la mujer, cuando unos cazadores acertaron a pasar por allí; Ana Julia no podía hablar de la emoción, pero entonces les tiró frutas desde arriba y los cazadores lograron verla; treparon al árbol y la bajaron, luego la condujeron a casa de su esposo en el vecino caserío. El oso no se conformó con su soledad y todas las noches iba a aullar lastimosamente a la puerta de Ana Julia, el marido de la mujer temiendo que se produjera otro rapto, lo mató.
Los campesinos tienen costumbres de antiquísimo abolengo y todavía las practican en los más apartados rincones, hacia Los Aposentos, Curumato y Mijino en el corazón mismo de la montaña. Así, por ejemplo, acostumbran echarle una fuerte cueriza a la esposa, en los ocho primeros días de casados, para que la mujer se acomode y sepa a que tenerse con respecto al marido.
En la temporada lluviosa frecuentemente pasan días en los que no se ve el sol, sino un solo llover a todas horas. Entonces arrequinta más el frío, hay una grave nostalgia en el paisaje y en el ánimo. Como siempre hay que salir a ver los animales domésticos, a buscar leña y vituallas, no queda más recurso que echarse al agua. El barro llega hasta las rodillas, y la humedad penetra en los huesos. Adentro de las casas, en la cocina, se apiña la gente para tomar un poco de calor, pero el humo de la leña mojada se mete por las narices y los ojos. En los patios y en las futuras de los ladrillos saltan presurosas las niguas que luego se hunden en los pies de los niños y de los cochinos; en las gruesas cobijas de dormir hay pulgas y cochochos. Otras veces son las drosófilas de la frutas maduras las que hostigan a los pacíficos campesinos, pues se les meten por la boca, ojos, narices y oídos. En el campo abierto atacan los jejenes. El tuntún y las lombrices minan la salud de los adultos y muchachos.
-Pedro se puso jipato de puro tuntuneao.
-Joseito echa los bojotes de lombrices cuando va al
monte a obrar.
-Juan María está patojo de tantas niguas que tiene; hay que sacárselas por rebanadas.
Por esta época no hay trabajo en las haciendas porque ya ha terminado la cosecha del . Los peones con el escaso jornal que ganan no pueden guardar nada, antes bien siempre están endeudados con el patrón. La misma cosecha de conuco, si lo hay, se consume en los primeros días del "verano", de modo que después hay que sufrir las necesidades del estómago. Son "los meses de la jambre"
-No es nada que uno aguante; lo que da lástima son los muchachos, -Apunta Pablo Antonio al pensar en las privaciones a que están expuestos sus hijos. A veces pasan todo el día con un cambur verde asado..
Raíces y cacería es la alimentación durante mayo, junio, julio agosto y setiembre. Ya en octubre se produce un poco de pira. La cacería es muy eventual; hay que vigilar de noche y a veces no se consigue nada. Los buenos cazadores imitan el canto de las aves cinegéticas para atraerlas y matarlas, o pasan horas inmóviles, durante la noche fría, en espera de una lapa o de un picure. Es el hambre que tiene imposiciones muy duras.
El sol de los venados pone luces violetas en las cumbres lejanas. De la selva, arriba, baja la neblina cubriendo el azul de la montaña misteriosa. Los azahares del cafetal esparcen un suave aroma por los callejones de las haciendas y por las empinadas cuestas de la serranía.
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