Victoria Patricia es poeta y las letras que fluyen del alma poseen la misma hermosura de su género
LOS SIGNOS EN EL “IMAGINARIO TRANSMUTADO”
Las obras artísticas de
Victoria Patricia Proaño levitan en el mundo mágico del fuego, las aguas
claras, la fe, la naturaleza, la marimba y el ensueño, pero es tan sólo el
comienzo de una nueva época para enlazarla al ciclo de investigaciones y
crecimiento profesional.
Raúl Freytez
María de la Onza, María
Lionza, Diosa del amor, Madre de los necesitados, Deidad de la naturaleza,
Señora de los poetas, artistas y creativos. Musa del culto. Señora naturaleza.
De generación en generación
el nombre de María Lionza se ha reflejado al vínculo del pueblo creyente por su
magnificencia en la gracia de las Tres Potencias, o entre el humo espeso y
maloliente de los tabacos en ceremonias que rinden culto a su nombre a orillas
de los ríos Sorte y Quibayo, Allá es soberana, en la montaña encantada de
Bruzual, en Yaracuy, adorada además por muchos devotos deseosos de ser tocados
por el espíritu que encarna su manto real.
Bustos, imágenes, efigies y
retratos reflejan una mujer de rasgos indígenas, de pelo lacio y negro como la
noche más oscura, que nadie sabe con exactitud que así fuera, que nadie puede
afirmar que así es, pero lo cierto es que muy dentro del alma del feligrés
reposa el mito férvido acaudalado de veneración más allá de Yaracuy y
Venezuela, rompiendo las barreras fronterizas de países y continentes. Es el
mito que se agiganta con el paso de los años por encima de los sentidos, entre
plegarias, toque de tambores y velaciones polícromas.
De ahí el modelo inmaterial
transfigurado que colinda entre la realidad y lo onírico, reflejado en las
obras de la artista plástica Victoria Patricia Proaño, en signos y senderos
coloridos del “Imaginario Transmutado”, que expusiera en el Museo Carmelo
Fernández de la ciudad de San Felipe, reflejando todo un arsenal de
representaciones pictóricas que gravitan entre la materia, la luz, el color,
movimiento y tiempo.
La artista registra su
perfil hacia un destino artístico e imaginario
Origen al culto y veneración
La versión más antigua del
mito de la Reina María Lionza se reflejó en la revista Guarura, hacia el año
1939, de la extensa obra del yaracuyano Gilberto Antolínez, en cuya
transcripción cuenta en su primer párrafo que los indios Jirajara-Nívar, en una
fiesta de fin de cosecha, recibieron de su gran Piache un doloroso presagio.
Decía el mismo que “viniendo los tiempos nacería una doncella, hija de cacique,
con los ojos de tan extraño color que, de mirarse en las aguas de la laguna,
jamás podría distinguirse las pupilas. (…) Tan pronto como esta mujer de ojos
de agua se viese espejada en alguna parte, por el doble hueco vacío de las
niñas de la imagen, iría saliendo una serpiente monstruosa, genio de las aguas,
la cual causaría la ruina perpetua y extinción de los Nívar. Grande fue la
aflicción de aquella altiva tribu. Pero pasó el tiempo, y todos los caciques,
cada vez que nacía una niña, pasaban temores sin cuento hasta que se les
anunciaba que, como siempre, la recién nacida tenía los ojos negros”. Al parecer
esta es la leyenda que da origen al culto y veneración de María Lionza en
Venezuela.
Se la representa como una
mujer de voluptuosas formas desnudas entre la frondosidad de la montaña, tal
como revela la imagen ubicada en la autopista del Este en Caracas y en la
entrada de la ciudad de Chivacoa, erguida todopoderosa en la escultura
incomparable del escultor venezolano Alejandro Colina, que muestra a la Reina a
lomo de su danta. María Lionza es un símbolo de la raza, la clara demostración
que caracteriza el crudo mestizaje hispano, indígena y africano.
Sus obras también destacan
la esencia figurativa del venado como un modo de mantener a raya el impulso
asesino de los cazadores furtivos
Lo imaginario transmutado
Los amantes del arte
pudieron observar que las obras de Victoria Proaño se aproximan al mundo de la
fantasía y la figuración, limitantes entre el eje de la realidad y lo mítico,
tal como ella misma lo confirma al trasladar la imagen principal de la Diosa
fusionándola a otros lenguajes donde rápidamente esboza -con el pulso de su
mano hermosa y pulcra- un camino colmado de colores, perspectivas, relatos,
miedos, cultos, texturas, fotografías, telas y plásticos, lo cual logra, sin
duda, al descubrir las tonalidades y líneas que revelan el lado oculto, el
artístico reflejado en el mito, pues es “a partir de allí que empieza una
exploración donde el rostro de la Reina María de la Onza se convierte en un
collage con una variedad de materiales que reflejan la inquietud de encontrar
una identidad que se transmuta con la comunicación”, y esa necesidad de
comunicarse la anima a reencontrarse con su sempiterna curiosidad para seguir
creando infinidad de experiencias artísticas a partir de una imagen o una idea,
como una recopilación de “estímulos e intereses diversos, óptimo para la
manifestación de las sutilezas que se acumulan en las hendiduras entre lo obvio
de un cuerpo y otro”, avivando el perfil de la Diosa hasta convertirla en todo
un astillero artístico de nunca acabar en incomparables dimensiones de matices
y representaciones.
Las obras artísticas de
Victoria Patricia Proaño levitan en el mundo mágico del fuego, las aguas claras,
la fe, la naturaleza, la marimba y el ensueño, pero es tan sólo el comienzo de
una nueva época, para enlazarla al nuevo ciclo de investigaciones y crecimiento
profesional, luego de cristalizar esta primera exposición individual.
Una historia sin fin
De las manos de Victoria
surgen obras de luz, sombras y texturas que se entrelazan en torno a la
ilustración de la Diosa, generando contrastes atrayentes, bien en bustos
policromáticos o collages que caracterizan su imagen en objetos artísticos
fascinantes, inmersos en un orden estéticamente desordenado, plenos de
significados únicos y personalizados de meritorio valor, donde el espectador
siempre descubre algo nuevo e interesante. Pero sus obras también destacan la
esencia figurativa de un animal silvestre, el venado, que libre deja sus
huellas en los bosques y montañas de Yaracuy, quizás como un modo de mantener a
raya el impulso asesino de los cazadores furtivos que aprecian al animal por el
trofeo de sus cornamentas, piel y suculentas carnes.
Es así como la artista
manifiesta su pasión por la naturaleza misma y deja aflorar su espíritu
conservacionista que no sólo encauza la imagen de la Reina, si no más allá de
la realidad fantástica en la liberación alucinante del mito y la fuga del
ciervo montaraz.
Victoria, la celadora del
mito, se acopla al claroscuro de la vida para otorgarle la magia del color
Es sabido que los indígenas
sólo cazaban por estricta necesidad de subsistencia, y para el logro de sus
propósitos antes ofrecían tributos a la madre naturaleza para que les deparase
una buena pieza, en la creencia de que los animales tenían alma, muy en el
fondo de sus ánimos irracionales.
La artista emprende la ruta
hacia un punto inicial -el mito- que la enrumba a una historia que vuela de
inmediato al reinvento de la historia sin fin declarando al venado como un
espíritu de la montaña; la viva imagen de la libertad silvestre que sigue
floreciendo en la Reina protectora de la montaña, hostigadora del cazador que
acaba con la fauna silvestre y al lugareño que tala y quema los bosques. Por
eso, cada vez que uno de sus protegidos es herido, la Reina madre vierte sus
lágrimas que fluyen hasta su pecho para convertirse en las perlas del collar
que ostenta, “y así lo revelo en mis obras”, afirma Victoria.
Elemento de identidad
nacional
La formación artística de
patricia tiene el sello de la poesía, el encanto de las letras y el ingenio
manualista en matices y formas, al emprender su carrera -siendo adolescente- en
el Centro Experimental de Talleres Artísticos CETA, bajo la tutela de sus
“grandes maestros” Edgar Jiménez Peraza, Hugo Álvarez, Wilkar Ríos y Orlando
Barreto, de quienes obtuvo la fuerza espiritual e ilustrativa para lanzarse al
mundo del arte con la pasión que habría de llevarla al estudio e investigación
de las técnicas, aunque en un mar de conflictos que a ratos la tornaron rebelde
por defender el deseo de expresarse artísticamente según los dictados de su
conciencia.
De ese tiempo aún recuerda
el libro “Trato con duendes”, del poeta José Rafael Álvarez, cuya temática la
introdujo al mundo fascinante de lo místico hacia la dimensión del mundo
inmaterial. Quizás fue este su primer intento por integrarse a los mágicos
espacios de la solemnidad del mito que encarna María Lionza, según afirma, “por
la imperiosa necesidad de redescubrir su esencia espiritual, al tiempo de
reivindicarla como elemento patrimonial y de identidad nacional haciendo
respetar la realidad legendaria de su nombre. El camino es hacia la
conservación de la tradición con el influjo del arte”, se dijo. Y lo cumplió.
Desde entonces sus
investigaciones se han destacado por apuntalar la imagen que encarna el mito,
con la influencia del color y el collage, superponiendo diversos elementos
gráficos para crear una nuevo símbolo, y así infinitamente, con una alta dosis
de imaginación, haciéndose acreedora del Premio Nacional CONAC y Cirilo
Mendoza.
De las manos de Victoria
surgen obras de luz, sombras y texturas que se entrelazan en torno a la
ilustración de la Diosa
Un ser mensajero de vida
Lo cierto es que la
identidad de María Lionza es insustituible en la contemplación de los
fervorosos a su espiritualidad, por lo que registrar su perfil hacia un destino
artístico e imaginario es altamente satisfactorio para el observador ansioso de
conocer nuevas experiencias enriquecedoras.
Victoria demuestra su
imaginario en cada imagen intervenida con gasa, recortes de tela, cera,
acrílico, papel celofán y barajas españolas, donde el oro, las copas, espadas y
bastos se arremolinan al caballo, la sota y al rey convergiendo en una
armoniosa sintonía de efectos simbólicos hacia el albur como deidad de la
fortuna; o la María Lionza de tonalidades camuflajeadas, sintonizada al
ambiente lujuriante de la montaña hechizada, o la Diosa amarilla de la Harina
P.A.N., obra primigenia de la autora, entre otras excelentes realizaciones
artísticas.
Victoria Patricia es poeta,
la musa fluye en sus venas como elemento natural y las letras que surgen del
alma poseen la misma hermosura de su género, acoplada al claroscuro de la vida
para otorgarle color.
Para ella, María Lionza es
un icono gráfico que representa a la mujer en todos sus ciclos, de hecho así
está simbolizada con una pelvis elevada hacia el cielo, exaltando sin duda la
condición de primer orden que guarda la madre en la existencia humana, como ser
mensajero de vida. Por eso sus obras de arte van más allá del contexto
espiritual que encarna la Diosa del amor, la naturaleza y la fortuna, hacia la
búsqueda constante que descubre al mito en el hecho real del imaginario
transmutado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario