sábado, 23 de mayo de 2020

Aseguran devotos de María Lionza que los espíritus fuman y beben




  • Extrañamente aparecieron encendidos los cirios en el altar y se oyeron cánticos extraños
  • Una familia que visitaba la Gruta aseguró que los Espíritus no son dañinos para quienes tienen fe en la "reina de la serranía de Sorte"





Con esta publicación concluye el reportaje cuya primera parte insertamos en nuestra edición de ayer bajo el título "Dos días en la serranía de Sorte".



Seguía la baja del derrotero completamente tranquilo, la luna proyectaba sus rayos entre los frondosos árboles dando la impresión de que algún fantasma jugueteaba en el ramaje. Los pájaros silvestres dejaban oír sus cantos, la noche era maravillosa. De repente me sobresalto una idea: la presencia de las serpientes en cualquier momento, un ofidio venenoso podría fijarme sin remedio en la espesa vegetación. 
Otra vez se exaltaron en mí, los diversos comentarios y versiones sobre el mito de María Lionza. Conocía a ciudadanos que perdieron sus facultades mentales, impresionados por acontecimientos acaecidos en el mismo sector que me encontraba. Como un autómata descendía pausadamente. A pesar de la frescura nocturnal, tenía el cuerpo bañado de sudor, y mis cabellos estaban de punta; trataba de sobreponerme con el fin de disipar las sensaciones, producto de la imaginación, cuando repentinamente escuché el llanto de un niño.

Unos 10 minutos me quedé inmóvil, agudizando el oído hacia el sitio de dónde venían los llantos y voces humanas. ¿Será mi imaginación? No, no podía ser; las voces ciertamente provenían de un sitio cercano. Deben ser humanos; me decía a mí mismo, pero ¿por qué durante toda la tarde no avisté a nadie en los misteriosos lugares y ahora casi a las 9 de la noche se escuchan estas voces?

Alumbrado fugazmente a intervalos con mi linterna descubrí una trocha en la maleza, que conducía justamente al lugar dónde provenían las voces. Me interné cautelosamente. Cada instante las voces se notan más nítidas. Un olor a humo impregnaba el aire. Me quedé unos 15 minutos escuchando,  se evidenciaba claramente que los desconocidos se bañaban en un arroyuelo. Otra vez el llanto del niño, las voces de mujeres y hombres se sentían nítidamente. Tomé la iniciativa de dirigirme hacia ellos. La luna proyectaba mi sombra sobre el follaje seco: sintieron mis pasos instantáneamente cesaron las voces y tras un instinto una voz masculina me conminó: "Adelante hermano, estás en tu casa", evidentemente comprendí que se trataba de la familia que me indicó el desconocido encontrado al mediodía a la entrada de "Sorte".

UNA FAMILIA "DEVOTA" 

Cuatro niños de corta edad, tres mujeres y un hombre completaron el cuadro alrededor de una gruta cerca del arroyo; bajo la luz de la luna parecían espectros. Me contemplaban sin pronunciar palabra alguna. De repente me invadió el temor. No serían fantasmas? Pero el llanto de un niño disipó las dudas.  El cabello que lo tenía erizado bajo en el acto y tras el saludo de rigor, se identificaron como la familia Colmenares, los cuales procedían de Maracaibo, junto con la señora Eloína Abreu y otra dama de apellido Acosta. 
Por sus rostros bonachones comprendí que se trataba de gente humilde, devotos al culto de María Lionza. En sus semblantes se notaban sus inquietudes con respecto a mi presencia,  conversamos sobre diversas trivialidades tratando de sonsacarnos mutuamente el motivo que concreto nuestro encuentro en la misteriosa montaña.

Para disipar los temores de mis interlocutores opté por sincerarme, dándoles a conocer los problemas surgidos entre los poderes gubernamental y judicial, señalandoles el interés del periódico para un reportaje objetivo sobre la incógnita del centro de Maria Lionza. Sonrieron satisfechos falicitándome todos los nombres de los sitios que recorrí, desde el Palacio de la Reina, Roca Bella, Capa de Oro, Barinisa, Quiballo.
 Me explicaron que son fervientes admiradores del culto que desde hace ocho años visitan el sitio donde se encontraban describiéndolo como "Los Piñales". Indicaron que también hay sinvergüenzas y oportunistas que se aprovechan del culto para beneficios propios, pero éstos son muy raros en estos predios, por cuanto los espíritus se encargan de castigarlos. Citó el caso de una señora que procedente de Falcón trajo 24 personas hasta el altar de Maria Lionza, cobrándoles 100 bolívares a cada uno, pero al saberse la verdad fue obligada a devolver el dinero a los visitantes.

Acá no se cobra a nadie, salvo los regalos que uno quiere dar, consistentes en donativos alcohólicos, perfumes, jabones, etc. que se depositan ante los respectivos altares.
Señor Colmenares le pregunté- ¿y quién consume estas bebidas que se depositan? Categóricamente me contestó:
Los espíritus, señor.
La respuesta me dejó helado. Me acordé de las dos horas que estuve en el trono de María Lionza, y como por arte mágico desapareció la mitad de las bebidas existentes en los envases. Me refirió a continuación que de noche se sienten voces extrañas,  las de los espíritus que divagan y habitan en la zona pero que no son dañinos, "Acá a nadie le hacen daño, si el hombre tiene fe pues ni siquiera las culebras lo muerden a uno, usted puede acostarse al lado una serpiente y puede estar seguro que no le hará nada; éstas son las guardianes de nuestra Reina. Los mismos espíritus -dijo a continuación- se encargan de cuidar las grutas para que constantemente estén los cirios encendidos."

El señor Colmenares me invitó a pasar la noche en compañía de ellos, pero preferí marcharme tras saborear un buen café ofrecido por la señora Abreu.

UNA NOCHE JUNTO A LA GRUTA

Al despedirme de mis anfitriones, y con más confianza al saber que no me encontraba solo en el espeluznante lugar, se me ocurrió quedarme toda la noche cerca del trono de Maria Lionza con el fín de palpar algo más sobre la incógnita.  Meditaba entre la decisión tomada y el temor que a veces me embargaba ¿regreso o me quedo? Otra ez pasaron por mi mente las fantásticas historias sobre acontecimientos pasados por algunos y también por mí, personalmente en las tempranas horas de la tarde. Por fin lo  misterioso se impuso y emprendí otra vez la subida hacia el trono de Maria Lionza. La luna llena indicaba claramente el sendero.  Calculaba ubicarme a cierta distancia con el fin de cerciorarme objetivamente de que pasaba de noche en estos predios.

 Finalmente encontré un lugar adecuado cerca de la majestuosa gruta, de dónde la vista dominaba por completo el panorama. Me senté no antes asegurarme de que nadie me podía sorprender por la espalda,  debido a que las hojas secas hubieran anunciado la presencia de cualquier extraño. Eran las 11 de la noche...
El agotador esfuerzo del día me tenía exhausto;  los pies me dolían de bajar y subir por las pendientes. Casi me quedé dormido. Los rayos lunares penetraban por el follaje hacia el altar de Maria Lionza. El espectáculo era impresionante y también alavés impresionante inquietud que yo sentía

Un estridente pito, procedente del Central Matilde, señalaba que eran las 12 de la noche; las esferas de mi reloj indicaban la misma hora. Como por encanto cesaron los cantos y la algarabía de las aves nocturnas, todo se quedó en silencio; me pareció que en el aire flotaba otra vez algo invisible. Sentía lo mismo que en tempranas horas palpé cerca de la propia ruta Roca Bella. De pronto un grito desgarrador rompió el silencio; provenía, según mi sentido de orientación del sitio donde descubrí las ropas íntimas femeninas, acto seguido voces inteligibles y pisadas poderosas como si fuera una manada de bestias que trataban de abrirse el paso a través de la espesura. Más gritos, más voces, risas, llantos y cantos desconocidos llenaban el ambiente en el altar de Maria Lionza estaban todas las velas prendidas, pero no había nadie alrededor y tampoco me di cuenta de cómo se prendieron los cirios.

Viví momentos en los cuales creí que no podía dominar el paroxismo de mis nervios. Me impulsaba el instinto de conservación disparar el revólver (el cual) por precaución, pedí prestado a un amigo, no obstante, aunque transpiraba copiosamente, logré dominarme, luchando en mi fuero interno entre la realidad y los productos de la imaginación. No tengo noción del tiempo transcurrido en mi refugio; sin duda me quedé dormido vencido por el cansancio. Alrededor de las 5 de la mañana desperté sobresaltado. Las primeras luces de la Aurora penetraban a través del follaje. Un nuevo día amanecía con su luz la misteriosa tierra de María Lionza.
Inicié el regreso y durante el trayecto me decía: ¿Qué pensarán los lectores si narro objetivamente lo que he observado?

FUENTE: Últimas Noticias Caracas 15 de marzo 1966

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