Por:
Bruno Manara
Los estudios de los antiguos
mitos de la humanidad afirman que estos constituyen supervivencias de estados
sociales arcaicos y bárbaros en que el hombre, todavía incapaz de pensamiento
raciocinador, expresaba sus ideas a través de la fábula y la poesía.
En cuanto a los mitos
amerindios en general, y a María Lionza en particular, en la década de los cuarenta
Gilberto Antolínez realizó una intensa búsqueda, que culminó en su libro: Hacia
el indio y su mundo (Caracas, 1945).
Si queremos comprender quién
es María Lionza para él, hay que partir de la mitología tupí-guaraní, según la
cual el mundo de la selva está regentado por una pareja de “dueños” o “señores”
como son Caapo, Caapora o Curupira y su consorte Caasi, la Señora de la Selva.
Ambos son dueños, y por lo tanto se encargan de cuidar las aguas, los árboles y
los seres vivos que pueblan el bosque, contra la agresión del hombre, especialmente
del hombre blanco. En el mundo precolombino tal vez estos seres se desplazaban
por la selva como lo hacía cualquier indígena, es decir a pie, pero al
presentarse el blanco montado en sus "venados", Caapo y Caasi
aparentemente decidieron adoptar la nueva moda a fin de no quedar rebajados
ante los advenedizos y se buscaron también su monta. Una danta, un venado un
tigre, un cunaguaro, una onza, una lapa, un chigüire o un conejo gigante...
cualquiera de estos animales se prestaba gustoso para servirles de cabalgadura;
pero la danta era su preferida, posiblemente por ser la más parecida a los
caballos de los conquistadores blancos.
Lo que motivó la creación de
estos “dueños” del bosque dice Antolínez, un sentimiento de terror “pánico” (el
mismo que causó la creación del dios pan entre los griegos, y Fauno entre los
latinos), ante fenómenos y catástrofes naturales que el indígena no lograba
explicarse, y que su mentalidad mágica, asociaba con alguna infracción de las
leyes naturales que gobernaban la vida de los habitantes selváticos, siendo la
quema del bosque y la falta de árboles, la casa abusiva y ensuciar las aguas,
las faltas más graves en este sentido.
Las creencias en los señores
del bosque y de las aguas, observa Antolínez, no estaban limitadas a los
selvícolas amazónicos, sino que también se registraron entre las tribus caribes
y arahuacas que habitaban Venezuela, y
más allá entre los chibchas de Colombia y Centroamérica, e inclusive entre los
indios peruanos.
Concentrándose ahora al
estudio de María Lionza, Antolínez la considera una supervivencia de la Caasi
(o Wahuyara, Señora de las Aguas y de la Selva) de los arahuacos caquetíos de
la zona de Chivacoa y le atribuye las mismas características de su contraparte
amazónica. Llama la atención sin embargo que María Lionza no tenga su consorte
masculino; pero Antolínez explica esta anomalía diciendo que, bajo el impacto
de la conquista y la colonia, las ancestrales creencias autóctonas quedaron
fragmentadas y dispersas, y finalmente se perdieron en su mayoría.
De todos modos, en la mente “catequizada”
de los indígenas de Chivacoa sobrevivió la imagen de la Señora de la Selva y
las Aguas, posiblemente por una asociación con la Virgen María, quien por su
parte enriqueció la señora (Yara) aborigen con atributos nuevos, como los de
Reina y Madre, que entre los cristianos se atribuyen a la Virgen María.
Antolínez lamenta que se haya
perdido el nombre original autóctono de María Lionza; pero él sospecha que haya
sido traducido al castellano en la designación de “María de la Onza” donde
María posiblemente esté por mujer (Caasi), y la mención de la onza indicaría
que este felino era su animal totémico por su monta preferida. Además, Antolínez
a diferencia de otros estudiosos del mito, que hacen de María Lionza una
especie de Ceres clásica, o divinidad agraria, insiste en que se trata de un
mito producido por indios cazadores y recolectores, no por indios agricultores
ya que estos “dueños del bosque” son propios de sociedades selvícolas.
María Lionza, Señora del
Bosque, es también dueña de fabulosas riquezas que conserva en un palacio “donde
se encuentra todo lo hermoso que la mente humana puede imaginar –en palabras de
Óscar Yáñez-. Los salones del Palacio de la reina son infinitos y el Palacio
está bajo permanente encanto, por lo cual nadie puede verlo. Lo que observamos
como una roca, es quizás un trono de oro; un árbol es posiblemente una torre de
alabastro..." un documento de Fray Marcelino de San Vicente (1725) da cuenta
de que los indios de Chivacoa, en la hoy montaña de Sorte, poseían un
misterioso santuario, que había sido un centro de culto desde tiempos
inmemorables. Tal informe, pues, señala el lugar donde se originó el culto de
María Lionza. Sin embargo ¿de dónde nació la idea del maravilloso Palacio
encantado y las infinitas riquezas de la Reina de Sorte?
FUENTE:
Yaracuy al día 15 de julio 1991
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